El búnker olía a pólvora, sudor y a la euforia cruda de una victoria ganada a sangre y fuego. Los hombres entraban cargados con las bolsas repletas de dinero y armas, dejándolas caer con un estrépito metálico sobre las mesas. Algunos reían, otros jadeaban, y varios se dejaban caer contra las paredes, todavía con la adrenalina en la piel.
—¡Lo logramos! —exclamó Márquez, alzando una botella que había encontrado entre los suministros.
El eco de su voz se mezcló con un coro de aprobación. Alguien encendió las estufas improvisadas del lugar, y pronto el aroma de carne friéndose llenó el aire. El búnker se transformó en un espacio extraño: un refugio que, por unas horas, se sentía como hogar.
—Hace tanto que no me sentía así… vivo —dijo uno de los hombres, con la voz quebrada pero sonriente.
Las palabras resonaron entre ellos. Habían sobrevivido a la mansión de Salvatore, habían traído de vuelta recursos, y por primera vez en mucho tiempo, se permitían celebrar.
Mikko se acercó a los nuevo