La mesa estaba servida con carnes, pastas y vinos. El ambiente era ligero, lleno de bromas y risas. Fue entonces cuando Sergei, que se mantenía en silencio, se levantó con solemnidad.
—Permítanme preparar algo especial para ustedes —dijo en un español cargado de acento—. Un postre muy famoso en Rusia.
Todos lo miraron con curiosidad mientras desaparecía hacia la cocina improvisada del salón. El golpeteo de utensilios y el aroma dulce comenzaron a invadir el aire. Minutos después, Sergei regresó con varias bandejas humeantes.
—Syrniki —anunció con orgullo—. Son tortitas de requesón, típicas de mi tierra.
Los hombres las probaron uno tras otro. El silencio fue inmediato, roto solo por exclamaciones de sorpresa.
—¡Madonna, esto está delicioso! —gritó uno de los italianos.
—¡Increíble, Sergei! —añadió Mikko, con la boca llena.
Dante tomó un bocado y sonrió, aprobando con un gesto de la mano.
—Si cocinas así, hermano, me temo que te voy a robar para mi cocina personal.
Las risas llenar