El eco de los pasos de Sergei resonaba en los pasillos de la fortaleza como un tambor lejano. No era necesario que hablara: su sola presencia imponía respeto. Cada sombra parecía hacerse más pequeña cuando él cruzaba, y aun así, cuando Serena lo presentó oficialmente, la reacción fue todo lo contrario a la desconfianza.
Iván, que rara vez mostraba emociones, sonrió de medio lado.
—Finalmente alguien más alto que yo.
Las risas brotaron de inmediato, relajando el ambiente.
—¿Qué le dieron de comer de niño? —preguntó uno con sorna.
—Seguro desayunaba osos —añadió otro, arrancando carcajadas generales.
Incluso Dante, con su aura habitual de seriedad, no pudo evitar la sonrisa. Lo observó con detenimiento, comparando su figura imponente con la de los demás.
—Cuando la gente lo vea —dijo mirando a Serena—, no necesitará mover un dedo. Su sola figura será suficiente.
Serena rió suavemente, aunque en sus ojos se mantenía un brillo grave.
—No lo subestimen. Su tamaño es lo de menos. Lo im