Camila terminó sus clases de modales agotada pero aliviada. Miró a su madre y a su pequeña hermana, quienes la esperaban en la sala con expresiones de entusiasmo.
—¿Y bien? —preguntó su madre—. ¿Qué te parece si salimos un rato? Nos vendría bien tomar aire fresco y distraernos un poco.
Camila sonrió, animándose con la idea.
—Sí, mamá. Vamos a dar un paseo, lo necesitamos.
Justo cuando estaban a punto de salir por la puerta principal, el chofer, un hombre corpulento de mediana edad con una actitud respetuosa, se acercó y se inclinó ligeramente.
—Señora Ferrer, tengo órdenes de llevarla a donde usted desee.
Camila parpadeó, sorprendida, y luego negó con una sonrisa incómoda.
—No es necesario, podemos tomar un taxi.
El chofer, con una voz firme pero amable, replicó:
—El señor Ferrer fue muy claro en sus instrucciones. Insistió en que yo esté a su disposición para cualquier salida.
Camila suspiró, sabiendo que no valía la pena discutir. Alejandro siempre se salía con la suya.
—Está bien.