Margaret estaba en su habitación, sentada al borde de la cama, con el teléfono en la mano. Su ceño fruncido reflejaba su frustración. Había llamado a Álvaro varias veces, pero la primera vez él simplemente le colgó. Ahora, la llamada ni siquiera entraba; su teléfono enviaba directamente al buzón de voz.
—¡Maldita sea, Álvaro! —exclamó con furia mientras apretaba el teléfono en su mano.
Se levantó de la cama y comenzó a caminar de un lado a otro, intentando controlar su impaciencia. Algo no estaba bien. Podía sentirlo. Álvaro nunca ignoraba sus llamadas, y mucho menos cuando habían hablado de un asunto tan importante como la eliminación de Camila. La incertidumbre se apoderó de ella, y sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
El sonido de la lluvia golpeando la ventana atrajo su atención. Caminó hacia el ventanal y apartó las cortinas con delicadeza. Afuera, la tormenta arreciaba. Las gotas caían pesadas y rápidas, iluminadas de vez en cuando por los destellos de los relámpagos. El