Alejandro suspiró, dejó su vaso sobre la mesa y fijó su mirada en Andrés.
—Sé que siempre hemos tenido rivalidades por la empresa —dijo con calma, pero con un tono que dejaba claro que estaba lejos de ceder—. Sé que siempre has querido estar al frente, pero no es mi culpa que yo sea mejor… y que mi abuelo me escogiera a mí.
Los ojos de Andrés chispearon de rabia.
—¡Cállate! —gruñó, apretando los puños sobre la mesa.
Alejandro inclinó la cabeza con una sonrisa sarcástica.
—Pero es la verdad, ¿o me equivoco?
Andrés sintió cómo la ira lo consumía. Lo peor de todo era que Alejandro lo decía con esa maldita tranquilidad que lo volvía loco. Se levantó de golpe y lo fulminó con la mirada.
—Tú siempre fuiste el consentido de mi abuelo —espetó, su voz cargada de rencor—. Nunca me permitió demostrarle lo bueno que era en los negocios. Siempre fue "Alejandro esto, Alejandro aquello". ¿Sabes qué? Un día mi padre me dijo que yo sería quien estaría al frente de la empresa porque soy el nieto mayor.