Una mesa llena de verdades y encuentros.
La calidez de la cocina impregnaba la casa. El aroma de los condimentos y el pan recién horneado flotaba en el aire, envolviendo cada rincón con una familiaridad reconfortante. Isabella, con el delantal todavía puesto, salió de la cocina secándose las manos en una toalla blanca de algodón. Sus ojos brillaron al ver a su hijo y al recién nacido en brazos de Irma.
—¡Hijo, llegaste! —exclamó con una sonrisa maternal y abierta—. Y mira quién está aquí… mi pequeño nieto. Ven con la abuela.
Irma se acercó con una dulce sonrisa. Se levantó con cuidado y entregó el bebé a Isabella con un gesto delicado, como si le confiara el mayor de los tesoros.
—Ya le toca su biberón —dijo Irma en voz baja, observando cómo el bebé se acurrucaba en los brazos de su abuela.
—Claro que sí —respondió Isabella con ternura, meciendo al pequeño en sus brazos mientras le acariciaba la cabecita—. Mira nada más… si es que cada día es más grande.
Luego, alzando la voz con nat