Nicholas Jones
El reloj marcaba las 4:03 a.m. Emilia estaba sentada en el borde del sofá, con los codos apoyados en las rodillas, el rostro entre las manos. Parecía una estatua de piedra, pero yo conocía cada grieta invisible de su cuerpo. Cada tensión bajo su piel. Cada forma en que fingía estar entera cuando en realidad, por dentro, se estaba deshaciendo.
Y yo… no era diferente.
Me senté frente a ella, en silencio. Me costó segundos reunir el valor para hablar. Pero ya no podía seguir tragándome esto. No cuando nuestro hijo —porque sí, nuestro— seguía perdido.
—Tengo miedo —dije, por fin.
Emilia levantó la mirada. Sus ojos, rojos por la falta de sueño y la rabia contenida, se encontraron con los míos.
—Lo sé —susurró—. Yo también.
No nos decíamos eso. Nunca. Nosotros éramos los fuertes, los que tenían las respuestas, las armas, los planes. Pero en ese momento, frente a la posibilidad de perder a Liam, los títulos no importaban. Mafia. FBI. Líder. Agente. Nada.
—No puedo respirar bie