Emilia Morgan
La habitación del hospital estaba en silencio, pero mi mente no dejaba de gritar.
Cada vez que cerraba los ojos, veía su rostro lastimado. Las marcas, los hematomas, la sangre seca. Nick atado a esa silla, luchando por respirar, por no rendirse.
Y yo…
¿Había hecho lo suficiente?
¿Lo había puesto en peligro por llevar este mundo sobre mis hombros?
¿Había sido egoísta al traer una vida nueva en medio de esa tormenta?
El peso de la culpa me aplastaba con una fuerza que ni las armas ni las batallas habían logrado.
Me senté en el borde de la cama, las manos temblando. Miré mi reflejo en el espejo del tocador y no reconocí a la mujer que me devolvía la mirada.
—Lo siento, Nick —susurré al vacío—. Por todo lo que tuviste que pasar. Por no poder protegerte mejor. Por arrastrarte a esto.
Una lágrima rodó por mi mejilla y la dejé caer sin luchar.
Sabía que él no me reprocharía nada. Que su amor era más fuerte que cualquier herida.
Pero esa culpa… esa sensación de no ser suficiente