Capítulo LXXXII
Clarissa
—Te amo —susurra, y aunque mis piernas aún tiemblan, sonrío contra su pecho, dejando que cada palabra se hunda en mí, caliente y suave, como todo lo que él provoca en mí.
—También te amo —murmuro, todavía respirando sobre su piel.
Él baja la mirada, y por un segundo solo nos sostenemos ahí, en esa calma que llega después de arder juntos.
Nos sonreímos, esa sonrisa que solo aparece cuando los dos sabemos lo que acabamos de compartir.
Nuestros labios se buscan otra vez en un beso lento, cálido.
Al otro día me despierto y siento su cuerpo tibio a mi lado. Me acerco un poco más, dejando que su calor me envuelva, y acaricio su rostro con la punta de los dedos. Su respiración es lenta, tranquila.
Sonrío.
Él frunce apenas el ceño, como si sintiera mi caricia incluso dormido, y esa pequeña reacción me derrite. Me quedo observándolo, recordando cada momento de la noche anterior, cada suspiro, cada palabra, cada forma en la que me sostuvo.
Me inclino y le doy un beso sua