Para ser alguien en la vida, hay que esforzarse y mucho. Eso muy bien lo sabía Ivanna Williams, quien sola y con mucha entereza, logró estudiar en la universidad mientras trabajaba como mesera en el restaurante “Gerard”. Tras la muerte de su madre, debido al alcohol, hace tres años, Ivanna tuvo que aprender a enfrentar la vida y a conseguir por sus propios méritos las cosas que deseaba. Gracias a la amistad que tiene con sus tres mejores amigas y a la buena relación que tiene con sus compañeros de trabajo, logró superar la muerte de su madre y continuar con el legado que ella le heredó: el amor por la lectura y los libros. Pero como las vueltas de la vida nunca dejan de sorprender al ser humano, Ivanna descubre el amor en un cliente muy peculiar, de aspecto solitario y algo mayor que ella. Es en ese momento, en que Ivanna comienza un nuevo capítulo en su vida y vive el amor como nunca se imaginó. Pero como nada es perfecto en la vida, una vez más el destino decide dejarla sola y con una pena amarga que la consume cada día. Es en este nuevo viaje de sanación, donde Ivanna debe tomar una decisión importante, si seguir a su corazón nuevamente o continuar su vida y enterrarse con trabajo para olvidar, y así, sanar su corazón y su alma.
Leer másEse día por la mañana, todo había comenzado de forma normal. Jamás me hubiese imaginado que iba a conocer al amor de mi vida. Mucho menos en mi propio trabajo.
Cuando había terminado de atender aquella mesa, una mano agarró suavemente mi brazo y me obligó a dar la vuelta. Me quedé helada por el contacto de su mano con mi piel. Creí que él lo había notado, porque me soltó de inmediato cuando miré su mano. Levanté la vista y vi unos ojos de color celeste preciosos, como el agua de las playas del caribe. Eran los ojos más hermosos que había visto en la vida. Un sentimiento de vergüenza me recorrió la cara, miré a todos en la mesa y me di cuenta, que se parecían mucho, como si fueran hermanos.
—Disculpe, señorita ¿Es posible que pueda agregar un vaso de agua mineral al pedido? Por favor— me preguntó el hombre que agarró mi brazo de forma amable.
—Sí… Claro, disculpe. Vuelvo enseguida— Caminé hacia la cocina sintiendo mi rostro ardiendo por la vergüenza de haberlo quedado mirando como una idiota, embobada en sus ojos.
¡Qué hombre más hermoso! Me situé tras la pared de vidrio polarizado que había en el local junto al pasillo que daba a la cocina y los observé un momento. Eran dos mujeres y cuatro hombres. Las dos mujeres y uno de los hombres tenían el mismo color de ojos celestes caribe que ese hombre, según me había dado cuenta, segundos antes. Los otros dos señores, no se parecían en nada a ellos, tal vez, eran amigos de la familia o los maridos de las mujeres, o de los dos hombres, quien sabe. Todos eran de cabello negro azabache y de piel blanquecina, menos los dos tipos que no se parecían en nada, porque sus cabellos eran de color castaño oscuro. Pero, aun así, todos eran guapísimos.
Entregué el pedido en la cocina, antes de que Gerardo me regañara y le pedí a Luis, mi compañero, que, por favor, llevara ese pedido a la mesa siete. Ofrecí regalarle la propina de aquella mesa incluso, pero que, por favor, él los atendiera.
— ¿Te han tratado mal? ¿Se han propasado contigo? Malditos ricachones, que se creen, no porque seamos meseros valemos menos— Me dijo Luis con evidente enojo.
—No, no, Luis, me duele un poco la espalda y necesito ir al baño un momento— Mentí.
— ¿Estás bien? Has trabajado toda la semana sin parar, no porque sean tus vacaciones de la universidad ¡te vas a matar trabajando, Ivanna! — Me dijo sujetando mis hombros.
—Luis, estoy bien, solo esta mesa ¡Por favor, por favor! — Le pedí con las manos en súplica.
—Mira, no te preocupes, llevaré el pedido, tú después lo cobrarás y me regalarás la mitad de tu propina ¿Te parece?
— ¿Sabes qué eres un excelente amigo? ¡Te adoro latino de mi corazón! — Le dije mientras le daba un abrazo. Me fui hasta el baño y me encerré ahí por varios minutos. Estaba muy nerviosa y no sabía por qué.
Agradecía, en parte, que Gerardo me hubiese regañado minutos antes. Me hubiese perdido de esa vista tan interesante. Había decidido sentarme, solo un rato, en una silla que había en la cocina del restaurante. Miraba a mis compañeros pasar de un lado a otro, a los cocineros vueltos locos preparando cada platillo; ese día estaba lleno el local, como cada viernes. Dentro de lo agotada que me sentía, en el fondo estaba agradecida de la vida. Tenía un trabajo que me permitía pagar mis estudios. Afortunadamente, ya me quedaba solo el último año de Literatura. Amaba mi carrera, mi sueño era formar, algún día, mi propia editorial, donde le daría espacio a los escritos de nuevas promesas, personas de todas las edades y clases sociales, que hayan sido rechazados por las grandes editoriales. En mi empresa, definitivamente, tendrían un lugar importante.
Estaba sentada, cuando un grito fuerte interrumpió mis pensamientos. Era mi jefe, Gerardo, un mexicano que viajó a Estados Unidos junto a sus padres cuando solo tenía cinco años, en busca de nuevas oportunidades. La vida les sonrió y lograron, con mucho esfuerzo, abrir un local de comida rápida. Con los años, Gerardo fue perfeccionando sus recetas y ganando clientes fieles. Logró estudiar Cocina Internacional en una universidad cerca de su casa. El boca a boca le funcionó a la perfección. Hoy tenía uno de los restaurantes más hermosos y rentables de la ciudad.
— ¡Ivanna! Qué sucede niña, por dios, ve a tomar pedidos, aún no es tu hora de descanso.
—Sí, disculpa, Gerardo. Solo me senté un minuto.
— ¿Un minuto? ¡Querrás decir diez minutos! Ve por favor y ya no holgazanees.
De mala gana me había levantado y había ido a preguntarles a mis compañeros por las mesas, para saber cuál debía atender. Luis me había indicado que la mesa siete se acababa de llenar. Me obligué a colocar mi mejor sonrisa y caminé hacia el mesón en donde estaba la caja, porque había dejado ahí mi libreta para tomar pedidos.
Antes de caminar hacia la mesa, miré para inspeccionar a los comensales; vi a seis personas, dos mujeres hermosas, bien vestidas y cuatro hombres, todos vestidos con trajes y con sus relojes caros que brillaban hasta más no poder. Estaba a una distancia considerable y aun así podía notar el brillo de esos aparatos.
—Genial, millonarios antipáticos— Me dije.
La sonrisa se me había borrado del rostro. Tomé mi libreta y lápiz del mesón, caminé hacia la mesa y sin mirarlos les di la bienvenida al restaurante “Gerard”. Comencé a preguntarles qué pedirían. Un compañero ya les había entregado la carta, afortunadamente.
Mientras recordaba esos instantes previos, ahora sí estaba segura, de que haberle pedido a Luis que entregara el pedido, había sido lo correcto, porque no podía con los nervios. Cuando creí que ya había sido tiempo suficiente, salí del baño. Tal como me había dicho Luis, llevó el pedido completo hasta la mesa, pero cuando yo estaba volviendo al enorme comedor me detuve, nuevamente, en la pared de vidrio polarizado que había, porque logré ver que, algo le preguntaba el hombre que me había agarrado del brazo y Luis le respondía muy amablemente. Lo vi caminar hacia donde me encontraba yo e hice como que venía saliendo recién del baño del personal.
—Muchas gracias, Luis— Le dije con media sonrisa.
—Parece que causaste sensación en la mesa siete, el tipo me preguntó por ti.
— ¿Preguntó por mí? No lo conozco, qué raro.
—Me preguntó si te encontrabas bien, porque no entregaste el pedido tú.
— ¿Qué? ¿Qué le respondiste?
—Que te habían llamado adentro para otra cosa, pero que volverías enseguida y luego tú les cobrarías. Y su cara de decepción ¡wow! calaste hondo en él chica.
Luis se carcajeó y yo solo lo miré confundida. Miré a través de la pared polarizada a la mesa siete. Su cuerpo tonificado y su espalda amplia ¡Wow! qué belleza de hombre. Pero se veía muy mayor, de unos cuarenta y cinco o cincuenta años, diría yo. No sabía si podría estar con alguien así, nunca se me había pasado por la cabeza. Cuando algún hombre mayor me decía algún cumplido en la calle, yo simplemente les mostraba el dedo de en medio o les decía algún improperio y les recordaba a sus hijos y esposas.
Afortunadamente, justo en ese momento, Gerardo me pidió guardar unas cajas en la bodega, por lo que no volví a aparecer en el sector del comedor y mucho menos, volví a pensar semejantes bobadas. Después de todo, quién se podría fijar en una simple mesera. Mucho menos, alguien de clase alta.
Después de unos cuarenta minutos, cuando terminé de ordenar las cajas. Me fui al baño del personal, ordené mi ropa y me volví a hacer una cola en el cabello para verme más presentable. Salí del baño, me fui al comedor y ahí estaban aún en la mesa siete. En ese momento, Luis me llamó, muy fuerte para mi gusto, por mi nombre y ellos voltearon a verme.
— ¡Ivanna! — “Genial, ahora saben mi nombre” pensé de inmediato. No me gustaba que las personas desconocidas supieran mi nombre. Corrió para alcanzarme y siguió hablando —Ivanna, hoy en la noche iremos a un bar cerca de acá ¿Te animas?
—Sí, claro, necesito distraerme un rato— Le dije mientras sentía las miradas de los comensales de la mesa siete.
— ¡Estupendo amiga!
Me iba a dar la vuelta para caminar hacia la cocina, pero cometí el error de mirar hacia la mesa siete por un segundo y el hombre guapo aprovechó de hacerme una seña para que les llevara la cuenta. Con un gesto les indiqué que iba enseguida. Fui hasta la caja para anotar el pedido y cobrarlo. Emití la boleta, corroboré el pedido y el cobro. Tomé la máquina para pagar con tarjetas y me dirigí hasta la mesa.
En ese momento, las dos mujeres se levantaron para ir al baño, los dos hombres que no se parecían a ellos indicaron que saldrían a fumar y que los esperarían afuera, y solo se quedaron en la mesa el tipo que agarró mi brazo y el otro que se parecía mucho a él.
—Señores, espero que hayan tenido un agradable almuerzo en el restaurante Gerard.
—Muchas gracias, señorita, estuvo estupendo— Me contestó el otro hombre de manera muy correcta y cordial.
El hombre hermoso me tendió la mano para recibir el sobre que contenía dentro la boleta de cobro. La miró y sacó de su billetera una tarjeta de color negro brillante y me indicó que cobrara la cuenta por completo incluida la propina.
—Cóbrelo todo, por favor— Me dijo.
—Sí, claro señor, gracias— Traté de no mirarlo mientras recibía la tarjeta. Le entregué su boleta y el otro hombre se adelantó a salir. Quedamos los dos solos por unos minutos y justo cuando el hombre se puso de pie, decidí darle la despedida del local.
—Muchas gracias, señor, que tenga buen día— Mi voz sonaba tan tímida que me desconocía.
—Gracias a usted, aunque me desilusionó que desapareciera y no atendiera por completo nuestra mesa. Es usted muy hermosa y discúlpeme el atrevimiento, pero no podía irme del lugar sin mencionarlo— Me quedé perpleja. Su voz era grave y varonil. Como pude le contesté, porque estaba nerviosa y no sabía por qué. Ni siquiera lo conocía.
—Gra… gracias, señor, me pidieron ayuda adentro y no podía negarme. Pero me correspondía a mí hacer el cobro de todos modos.
—No me dé explicaciones. Está todo bien, usted está en su horario laboral y por más que yo quisiera que usted viniera a mi mesa, simplemente no se pudo.
—Sí, bueno, así es el trabajo— Le dije encogiéndome de hombros nerviosa.
— ¿Puedo preguntarle su nombre? — No sabía si mentirle o no, pero algo me hizo decirle la verdad.
—Ivanna, me llamo Ivanna Williams— Le extendí la mano en señal de saludo y él hizo lo mismo, pero su agarre era suave, delicado. Sentí una calidez que no había sentido con nadie, nunca en mi vida, y algo muy raro en mi estómago y en mis mejillas. Este tipo estaba provocando algo muy desconocido en mí en ese momento.
—Mucho gusto, Ivanna. Soy Arthur Brown, encantado de conocerte ¿Puedo preguntar qué haces acá? No me malinterpretes, es un buen trabajo, pero ¿estudias alguna carrera? — Sus ojos eran muy intensos y yo ya me sentía demasiado nerviosa.
—Podría malinterpretarlo… Pero veo en su cara mucha curiosidad. Trabajo acá por turnos y estudio Literatura en la universidad, en unas semanas, entraré nuevamente para cursar mi último año. Y luego… Bueno, luego decidiré qué hacer con mi vida.
—Literatura, interesante carrera. Bueno, trabajo en una editorial y siempre necesitamos pasantes. También aceptamos estudiantes en último año. ¿Me permites entregarte mi tarjeta? Y cualquier duda, consulta o lo que desees saber sobre el trabajo, puedes llamarme— En ese momento sacó de su bolsillo interno de la chaqueta una tarjeta en color blanco.
— ¡Oh, señor! No se preocupe, ya veré qué hacer con mi vida laboral, además, aún me faltan semanas para entrar a mi último año de estudios— Le dije con mis manos levantadas indicándole que no necesitaba esa tarjeta.
—No me preocupo, pero me gusta trabajar con gente joven, le dan otra armonía a la empresa y siempre aportan ideas interesantes. Por favor, recibe mi tarjeta y si no requieres de mi ayuda, pues, está bien— Lo dudé por un segundo, pero sentí que hubiese sido muy maleducado dejarlo con la mano extendida.
—Muy bien, recibiré su tarjeta, pero no le aseguro que lo llamaré. Aún no decido qué haré el último año— Recibí la tarjeta y por unos segundos nuestros dedos se tocaron, sintiendo una electricidad que jamás sentí con ninguno de mis novios anteriores.
—De igual manera… Espero tu llamado, Ivanna. Que tengas un buen día.
—Gracias, señor Brown. Usted también— Nos miramos por unos segundos y luego se marchó. Y así como si nada, me quedé con una sensación extraña y con una tarjeta cuyo contenido podía cambiar mi vida para siempre. O quizás no.
Estaba en mi cama, muerta en vida, como el primer día que tuve que volver a casa sin Arthur. Abrazaba su almohada y aspiraba su perfume, el que debían rociar sobre la tela cada vez que terminaban de limpiar mi habitación. No sabía qué hora era. Probablemente, pasadas las tres de la mañana. Un pensamiento asaltó mi mente y lo odié en el mismo instante en que llegó. Recordé que era catorce de febrero, el día de San Valentín. Arthur había fallecido hace un poco más de un mes. Exactamente, un mes y seis días.Ni siquiera habíamos alcanzado a planificar este día, como lo hacíamos cada año. Un día antes de San Valentín, planificábamos que haríamos. Tratábamos de ser espontáneos y a la vez, divertidos. Obviamente, cada año terminábamos en la cama dándonos demasiado amor durante horas. Eso sin contar todo el sexo que teníamos a cada momento. Nos daba igual que ese día, fuera algo comercial, porque nos entregábamos amor durante todo el año. ¡Demasiado amor!En cambio, ahora, estaba sola, trata
Cuando mis padres se enfurecieron conmigo, por el supuesto secuestro del idiota con el que mi hermana se veía, fue el día más triste de mi corta existencia. Estuve varios días sin procesar bien todo lo que estaba ocurriendo. Yo solo había defendido el honor de mi hermanita, no entendía por qué me estaban castigando.Estuve muchos años enojado con mis padres, con la vida, con todo. Tenía tanta rabia acumulada, que estaba cegado por el odio. Pero cuando Ivanna apareció en mi vida, fue como un rayo de luz que iluminó todo. Al principio no estaba enamorado de ella, solo quería conocerla, porque la veía como alguien excepcional en los negocios. Y en algún punto, se transformó en un modelo a seguir. Quería ser como ella y lograr las mismas cosas que ella ya había logrado.Por muchos años, despilfarré mi dinero, pero cuando me propuse ser como ella, comencé a utilizar mi dinero con mayor sabiduría. Así, con el tiempo, mi patrimonio personal fue aumentando considerablemente. Por un momento, p
Llevaba diez años solo. Había tenido aventuras. Muchas en ese tiempo. Pero nada me satisfacía. Siempre buscaba ese algo, en cada chica que me llevaba a los hoteles por una noche. Ese algo que me deslumbrara, que me hiciera querer más. Rubias o morenas, altas o bajas, rellenas o delgadas, con un trasero y una delantera envidiables por las chicas de la ciudad. Nada me satisfacía. Eran hermosas, no podía negarlo. Pero solo era eso, hermosas y vacías por dentro. Sin amor propio, sin inteligencia, sin metas en la vida, más que cogerse al primer millonario de la ciudad que les hiciera ojitos.Milly siempre me miraba por el umbral de la cocina, cada vez que llegaba tarde. Nunca me dijo nada, ella sabía de dónde venía. Sobre todo, cuando, cada cierto tiempo, alguna chica quería más y se lograban conseguir el número de mi casa y llamaban. Milly nunca me recriminó nada, sabía que un hombre tenía necesidades. Detestaba que se quedara despierta hasta tan tarde, solo para comprobar que llegaba sol
Había vivido una vida plena. Había sido muy feliz. No me quejaba de nada. Máximo me había dejado sola una mañana de domingo. Sufrió un infarto, ya era muy viejo. Murió a los noventa y seis años. Yo logré vivir un año más que él. Su pérdida no me dolió tanto como la de Arthur, porque en el fondo de mi corazón, sabía que los volvería a ver pronto, que no iba a ser tan larga la espera.Estaba decaída, mis huesos me dolían. No estaba enferma, pero sí vieja. Escuché que el doctor les decía a mis sobrinos, que ya me quedaba poco y que moriría de vejez. Mi cama me reconfortaba. La sentía suave y cómoda. Había pedido que, cuando ya me quedara poco tiempo de vida, no me llevaran a un hospital. Quería morir en paz, en mi casa, junto a mi familia.Mis sobrinos fueron mis hijos. Con Máximo nunca descansamos por darles todas las herramientas para que se desarrollaran en la vida. Ahora ya eran adultos, estaban casados, con hijos y siendo felices. Los amaba con mi vida y ellos a mí, siempre me lo de
Me encontraba mirando por la pared de vidrio de mi oficina, que me mostraba cada mañana el centro de la ciudad. El día estaba soleado, era hermoso. Amaba mi vida, tal cual estaba, con todos los altos y bajos, era demasiado feliz. Repasé cada detalle de lo que había sido este año, hoy era treinta de septiembre. Había pasado muy rápido el tiempo. Hoy en la noche tendríamos una junta familiar en mí casa, bueno, en la casa de Máximo y mía. La misma casa de siempre. A los meses de ser novios, decidimos vivir los dos en mi casa, junto a Milly y Henry. Máximo conservó su departamento en el centro de la ciudad, para cuando quisiéramos escaparnos para hacer todo el ruido que quisiéramos.Yo vendí mi casa. La casa donde crecí, llena de recuerdos de mi madre y míos. Decidí venderla, porque más que recuerdos felices, había recuerdos amargos y tristes. En cambio, la casa grande, estaba llena de recuerdos hermosos de un matrimonio pasado y una vida feliz. Lloré cuando entregué la casa de mi madre.
Cuando bajamos del ascensor en el piso de la oficina de Máximo, Mercedes tenía un rostro demacrado. Era obvio que estaba batallando internamente. Sentí tanta rabia en ese momento, que la Ivanna perra y maldita de los negocios salió a flote. Era como mi doble personalidad. Caminé hacia la recepción, seria e imponente, pero ni siquiera me detuve frente a Mercedes.— ¡Tú, ven! — le hablé autoritaria a la chica, mientras le indicaba con mi dedo que me siguiera. Ella se asustó, pero me siguió, porque los abogados le volvieron a decir que caminara.Las personas que había en el piso nos quedaron mirando sorprendidos. Sabía que me veía como una perra maldita caminando con tres abogados y más encima, todos vestidos de negro, coincidentemente. Cuando llegamos al escritorio de Susan, ella me miró sorprendida y se puso de pie.—Disculpe, señorita Brown, pero no puede pasar— me dijo ella. Podía notar su enojo en sus palabras. No me importó en lo más mínimo. La miré enojada y seguí caminando hacia
Último capítulo