La sala estaba en penumbra, iluminada apenas por la luz que entraba a través de las cortinas entreabiertas. Afuera, el cielo tenía ese tono de gris que no amenaza tormenta, pero tampoco invita a salir. Era un día suspendido, como si el tiempo se hubiera detenido justo antes de decidir qué hacer con él.
Nina estaba sentada en el sofá, con las piernas recogidas y una manta ligera sobre los hombros. La taza de té en sus manos ya estaba fría, pero no la soltaba. No por el sabor, ni por el calor. Era solo un gesto que la mantenía anclada a algo.
Miraba por la ventana, pero no veía el jardín. Veía otra cosa. Otra noche. Otro lugar.
La reunión con Alex había sido inesperada, aunque no del todo. Él siempre aparecía así, como si supiera cuándo ella estaba lo suficientemente fuerte para escucharlo, pero lo suficientemente vulnerable para no rechazarlo.
Se habían encontrado en el café de siempre. Ese rincón que había sido suyo cuando compartían más que recuerdos. La mesa junto a la ventana, dond