Nina bajó la mirada, como si no supiera qué hacer con eso.
—Entonces quédate. Pero sin guitarra. Sin libreta. Solo tú.
—¿Y si me sale una canción igual?
—La guardas en la carpeta “No abrir jamás”. Y me la muestras cuando ya no duela.
Dylan sonrió. Se levantó, fue a la cocina del estudio, y volvió con dos vasos de agua.
—Por si nos sale por los ojos también.
Nina lo miró, y esta vez no se rió. Solo lo abrazó, sin aviso. Un abrazo corto, sin drama. Pero real.
Y en ese silencio, sin música, sin palabras, se sintió que algo se había compartido. Algo que no necesitaba nombre.
El abrazo se deshizo con naturalidad. No hubo palabras. Solo una mirada breve, como si ambos entendieran que no hacía falta decir nada más.
Dylan se sentó de nuevo, girando el vaso entre las manos. Nina se quedó cerca, sin apuro, como si el silencio fuera parte de la conversación.
—Me surgió una idea para la canción —dijo de pronto, sin mirarlo directamente.
Dylan levantó la vista, curioso.
—¿Sí?
—Sí