Leon gruñó durante todo el desayuno. Tenía motivos, porque para nosotros los días libres eran sagrados e intocables, pero, aun así, el Gran Consejero de la Nación decidió que él debía presentarse en el cuartel ese día porque los ataques de los rebeldes en las zonas de clase media se habían disparado. Obedeció, claro está, porque como inquisidores de la Nación era nuestra obligación atender los llamados de emergencia fuera la hora que fuera. Así que se fue junto con el resto de nuestros hermanos, con bastante furia en pecho.
Eso me dejó a mí con Natalia.
Un encargo sencillo, dijeron, acompañarla al centro comercial para buscar el vestido del baile anual de la Nación. Un evento que, honestamente, no me movía en absoluto… si no fuera porque significaba estar con ella. Verla brillar. Caminar a su lado. Tenerla solo para mis hermanos y para mí, aunque fuera por unas horas me negaría a asistir.
Desde que Natalia llegó a nuestras vidas, todo cambió. Incluso lo cotidiano se volvió sagrado. Y