El agua tibia resbalaba por mis dedos mientras enjuagaba los platos. El aroma a jabón de vainilla flotaba en la cocina, mezclado con el leve perfume de eucalipto que Leon solía rociar antes de salir. La casa estaba en silencio, como cada mañana después de que ellos se iban. Me gustaba así. Me daba la ilusión de estar sola, pero cuidada. Protegida. Amada.
Nuestra rutina ya era parte de mí. Cada uno de ellos salía en horarios distintos, pero antes de irse, todos pasaban por la cocina para besarme, acariciarme o simplemente tocarme el cabello con ternura. Después, el sistema de seguridad se activaba. Ellos decían que era por mi seguridad, pero también sé que les gustaba saber en todo momento qué hacía. Me observaban. A través de las cámaras, escuchaban mis movimientos, mis cantos suaves mientras barría, incluso mis suspiros. Y, extrañamente, eso también me reconfortaba.
Pavel siempre era el primero. Silencioso, metódico. Su beso, breve y preciso, marcaba el inicio. Luego venía Alexie, co