El colchón de la recámara familiar era firme y cómodo. Ayudaba con la sensación de estar nuevamente expuesta. León tenía el control, me colocó sobre mis rodillas, con las manos apoyadas contra las sábanas, mi espalda arqueada, la posición le ofrecía a él mi cuerpo sin palabras. Podía ver su mirada recorriendo mi cuerpo desde el espejo del techo, estudiando cada una de mis curvas y los estremecimientos involuntarios que delataba mi vulnerabilidad junto a mi propio deseo.
Su toque era deliberado, deslizándose por mis caderas antes de sujetarlas con firmeza y penetrarme. Mi respiración se entrecortó cuando sentí su miembro amoldándose con mi húmedo y estrecho interior. El calor de su piel contrastaba con el aire de la habitación. Cada roce, cada embestida, avivaba la tensión entre nosotros.
Entonces, un susurro de placer se escapó de mis labios al sentirlo tan profundo, llenándome con una mezcla de dulzura y dominio. Mi espalda se arqueó aún más, buscando más de esa fricción deliciosa qu