Nos miramos, Pavel y yo, compartiendo un acuerdo silencioso que no necesitaba palabras. Sabíamos lo que debíamos hacer. No la arrebatamos con brusquedad ni la separamos del grupo de manera abrupta. En su lugar, la reclamamos con un gesto firme, innegable.
Pavel fue el primero en moverse. Su presencia imponente se interpuso entre ella y los demás con un paso calculado, convirtiéndose en una barrera insalvable que la aisló del resto. Sus dedos atraparon su muñeca con seguridad, guiándola hacia él con la certeza de quien no espera resistencia, sino entrega. Natalia dejó escapar un leve suspiro cuando su cuerpo chocó con el suyo, su pecho firme convirtiéndose en un ancla en medio de la incertidumbre.
Yo avancé detrás de ella, mis manos deslizándose hasta su cintura. La sentí estremecerse cuando la atrapamos entre los dos, su espalda encajando contra mi torso mientras Pavel la sujetaba al frente. La envolvimos en nuestra presencia, en nuestra voluntad. Entre los dos, la reclamamos con un c