Capítulo 36. El estremecimiento del cristal.
El jadeo de ambos fue lo único que rompió el silencio del lujoso apartamento. Ramiro se desplomó sobre Aura, el peso de su cuerpo exhausto y el placer mitigando momentáneamente la furia y la desesperación que lo habían impulsado. Aura lo sostuvo, sus brazos rodeando su espalda, sintiendo la humedad del sudor y la culpa mezclándose con el calor del semen de Ramiro.
Tras unos minutos de quietud tensa, Ramiro se separó de ella. La mirada en sus ojos no era tierna, sino calculadora. Había conseguido la confirmación que buscaba.
—Lo sabía —murmuró Ramiro, aún sin aliento, su voz ronca por el esfuerzo—. Eres mi Vesper.
Aura no respondió. Solo se sentó en la camilla, recogiendo su uniforme clínico rasgado con un movimiento instintivo de vergüenza. El electroestimulador seguía zumbando suavemente a su lado, un testimonio irónico de la terapia que nunca se llevó a cabo.
—Tengo que irme —dijo Aura, su voz recuperando un matiz de su profesionalismo habitual, aunque sonaba quebradiza—. Esto... es