Capítulo 30. La Gran Evasión
Emilia Zúñiga soltó el teléfono, sintiendo que sus manos temblaban de rabia, no de frío. Su impecable vestido esmeralda se sentía sofocante. El problema era Ramiro, su única razón de ser y ahora su más grande tormento.
La fiesta, esa ostentosa exhibición de cristal y flores, no era para celebrar un ascenso, sino para disipar un funeral. El funeral de la carrera de su hijo.
Ramiro Zúñiga, el prodigio del tenis, estaba incapacitado. La reciente cirugía en su hombro derecho había sido un éxito médico, pero una sentencia de muerte para su futuro en el deporte. Los médicos hablaban de una "pausa obligada"; la prensa, de "debacle y retiro inminente".
Los Zúñiga vivían de la gloria de Ramiro; sin él en las canchas, su influencia se desvanecía. Los patrocinadores ya estaban evaluando si mantener los contratos millonarios.
—Tiene que estar aquí, —se dijo Emilia, con los dientes apretados, mirando la multitud de periodistas y socios que empezaban a llenar la sala. Necesitaban ver la "cara feliz