Capítulo 15. Sangre en la Terapia.
Adriana no miraba a Ramiro. Sus ojos se fijaron en la mujer que tocaba el cuerpo de su prometido. Sus pupilas se entrecerraron en un estudio rápido y despiadado.
Dios, es bonita, pensó Adriana con una punzada de desagrado que se disfrazó de curiosidad. Demasiado.
La fisio tenía ese rostro sin maquillaje y piel perfecta que percibió como un insulto personal. Sus ojos, de un color miel profundo, brillaban con la concentración intensa del esfuerzo físico. No era solo la cara; Adriana la escaneó de arriba abajo con la mentalidad crítica de una depredadora.
A pesar del uniforme insípido y holgado de licenciada, esa tela azul pálido que se supone debía borrar cualquier atractivo, Aura era imposible de ignorar.
Adriana notó primero los brazos. No eran delgados; estaban tonificados quizás por el esfuerzo físico de su profesión. Fuerte, concluyó Adriana, sintiendo un escalofrío de alerta.
Luego, su mirada descendió con lentitud. Bajo la tela suelta del uniforme, la forma era inconfundible: