La frase fue un hacha que cortó la tensión, pero solo la superficial. Se acercó a la silla de Ramiro, sin esperar una respuesta más, obligándolo a centrar su atención en el hombro y no en el juego de poder.

—Bien. Primera sesión. Ya tengo los informes del doctor sobre su operación —dijo, su voz recuperando el tono clínico y firme.

Ramiro, por el momento, pareció aceptar la imposición. Aura, sin darle tiempo a otro comentario cínico, se colocó detrás de la gran silla de cuero.

—Para iniciar la evaluación, necesito que retire la camisa.

La orden fue directa. Ramiro la cumplió sin prisa, desabrochando los botones de su camisa de lino con una lentitud exasperante que Aura sintió como una provocación. Al final, se deslizó la tela por el hombro no lesionado, dejando al descubierto el hombro derecho.

Aura ya no veía al fantasma hace unos días, sino a un paciente: piel bronceada, una red de venas superficiales y la cicatriz quirúrgica, una línea rosada y pulcra cerca del deltoides. Se obligó