Al llegar a su pequeño apartamento, el primer instinto de Aura fue buscar el alivio del agua. Sus manos temblaron levemente al desabrochar la ropa que llevaba desde hacía más de veinticuatro horas. La tela cayó sin gracia sobre la alfombra. Se quedó un instante desnuda, sintiendo la vulnerabilidad que venía con el descanso. Entró en el baño y abrió el grifo de la ducha, buscando una temperatura casi helada.

Había intentado que el agua fría del grifo borrara la imagen de la silueta de Ramiro Zúñiga, pero fue inútil. Salió de la ducha con la piel erizada, y se envolvió en una bata de rizo de color azul pálido. La anudó fuertemente a la cintura, como si esa tela pudiera sellar la brecha que el deseo había abierto en su control.

Fue al espejo de la habitación. Estaba empañado, pero ella lo despejó con la palma de la mano, concentrándose en el reflejo. Se puso una toalla limpia sobre el cabello, envolviéndolo en un turbante improvisado. Empezó a secarlo con movimientos lentos, buscando la