Valeria

El despacho neutral huele a cuero nuevo y a café demasiado fuerte; está hecho para que las conversaciones parezcan civiles, aunque los labios mientan. Me pidieron que esperara en la sala de antesala, un salón de tonos grises y plantas marchitas, y mientras espero desenmaraño mentalmente los motivos por los que me han citado. Nada es gratuito cuando se habla de apellidos.

Me presentan casi como un favor: «Valeria, señora que entiende de imágenes». La frase tiene la cortesía del que ya conoce el precio de cada palabra.

Me hacen pasar a un cuarto menor, con una mesa larga y un ventanal que da a una calle que no ve nada. Él está de pie, mirando la ciudad con la espalda recta. Cuando se vuelve, la sonrisa es un cuchillo envuelto en seda.

Paolo Montelli no necesita presentación. Si la ciudad lo olvida, la paciencia se encarga de recordarlo: años sin ruido, finanzas que compraron silencios, manos que firmaron conservando la calma. Tiene la cara de quien ha practicado la espera como o