Alessia

El humo del vino se mezcla con el humo de la pólvora. Las copas chocan sobre la mesa larga de la casa segura, y por un instante, pareciera que estamos celebrando como cualquier banda después de una victoria. Pero no somos cualquier banda. No somos cualquier familia.

Dante apenas sonríe. Lo conozco: para él la victoria nunca es suficiente, porque la guerra no ha terminado. Su mirada es la misma de siempre: oscura, fija, cargada de esa electricidad que hace que todo en mí tiemble.

—Por los muertos de hoy y por los que vendrán —dice Enzo, levantando la copa.

—Y por la Reina —añade Raffaele, mirándome con un brillo entre respeto y temor.

Alzo la mía. El vino baja áspero, pero me calienta la garganta. Escucho las carcajadas, los comentarios de Enzo sobre quién cayó primero en el taller, las bromas de Raffaele sobre cómo Roselli correrá como rata en llamas. Y aunque sonrío, en mi mente ya estoy más adelante. Porque sé que, mientras nosotros brindamos, el Consejo no duerme.

Ferretti