Capítulo 41. Lazos de sangre
Salvatore
La madera del muelle gime bajo mi bota. El aire salino se mete en los pulmones como una cuchilla helada. La ambulancia falsa ya está abierta, la camilla afuera, y la capucha negra le aplasta el rostro a mi sobrina.
—Basta —digo.
Los hombres se congelan. Vittorio Giordano sonríe con ese gesto suyo que no llega nunca a los ojos. Alejandro se mantiene a medio paso detrás, atento a leer el viento como un perro bien entrenado.
—Quítensela —añado.
La capucha cae. Alessia parpadea contra la luz cruda. Tiene la boca apretada, la respiración corta, las muñecas marcadas por las correas y la ira recorriendo sus ojos.
—¿Cómoda, Alessia? —ironiza Vittorio.
Ella lo mira con desprecio, luego me mira a mí. En esos ojos no hay súplica; hay condena.
—Me secuestraron por un apellido —escupe—. Eso vale tu palabra, traidor.
La saliva me roza la mejilla. No me limpio. El golpe no es eso; el golpe es que dice «traidor» con la misma cadencia que usaba Alejandra cuando me llamaba por mi nombre compl