Capítulo 29. Sombras entre copas
La ciudad sabe fingir caridad cuando necesita lavarse las manos. La gala benéfica del Conservatorio reúne a los mismos apellidos de siempre: trajes a medida, joyas que brillan como cuchillos, sonrisas que ocultan colmillos. Entro del brazo de Dante y el murmullo se ondula como un telón que se abre. El rumor de los muelles nos precede.
La sala es un océano de cristal. Columnas, música de cuerdas, bandejas de champagne. Enzo y Raffaele se disuelven entre la gente. No vinimos a bailar. Vinimos a que nos vean.
Al borde del salón, distingo a Alejandro con dos viejos aliados que lo sostienen más por inercia que por lealtad. No me busca; me evita. Ese gesto recorre el salón como un telegrama: la corona cambió de cabeza.
Cerca, una condesa de apellido murmura que la juventud siempre confunde impulso con gobierno. La oigo y bebo un sorbo. Que anoten mi impulso como quieran; hoy gobierna quien sostiene la mirada sin parpadear.
—Respiran más rápido cuando nos acercamos —susurra Dante.
—Entonces