Celeste.
Aunque entendiera la situación, el peso de la petición de Samanta me golpeó como un puño directo al pecho.
—¿Morir? ¿Renunciar a tu vida solo porque sí?
No podía comprenderlo, era difícil aceptar que alguien pudiera hablar de su propia existencia con tan poca importancia. Sabía que el plan era matar a Samanta, pero aun así, dolía que ella quisiera morir por su cuenta.
La miré con incredulidad, mi respiración estaba pesada y coloqué una mano en mi cintura.
—¿Por qué quieres morir? —pregunté, aunque temía la respuesta.
Samanta me sostuvo la mirada sin miedo ni vacilación.
—Si muero, ella pierde la mitad de su poder y lo sabes mejor que nadie, ¿no? Nunca podrá recuperarlo. Será mi venganza hacer que la maten también —masculló, tensando la mandíbula con fuerza—. Necesito ser parte de esto, Celeste. Espero que lo entiendas.
Su voz era fría. No temblaba. Era el tono de alguien que ya había tomado una decisión sobre su propia vida.
Pero yo no podía aceptar eso. Ella solo fue en