Celeste.
Las horas pasaban con una lentitud cruel, la piedra bajo mi cuerpo seguía tan fría como la desesperación que se filtraba en mis pensamientos.
No había salida.
Había probado todo lo que tenía a mi alcance, hasta el hierro de mi cinturón, pero nada sirvió para abrir esa estúpida puerta.
Me encontraba sola, mirando la pequeña ventana por la que se asomaba la luna, y dándome cuenta de que faltaba muy poco para el amanecer.
¿A cuántos había matado Kael?
¿Marcela… Oliver… Damián?
Negué con la cabeza, alejando todos esos pensamientos intrusivos que solo me hacían sentir peor porque...
La idea simplemente me asfixió como si se tratara de dos manos apretando mi cuello. La manada que se volvió mi hogar… Kael… No sabía qué estaba pasando allá afuera. Era imposible saberlo.
—Mamá, papá, ¿por qué no me advirtieron de esto? —resoplé, sintiéndome agotada porque no dormí ni un minuto.
Acaricié mi vientre, recordando las dos pequeñas vidas que me acompañaban. Tenía que luchar y mante