Celeste.
Me desperté con el pecho apretado, siendo dominada por una sensación de inquietud recorriendo mi cuerpo desde que abrí los ojos. No había dormido bien, las vueltas en la cama habían sido constantes, y la incertidumbre me envolvía como una niebla espesa.
Mi preocupación era clara: ser madre.
El pensamiento me ponía los pelos de punta, como si mi cuerpo aún no supiera cómo procesar lo que estaba sucediendo. Era demasiado pronto para sentirme lista por el simple hecho de ser un sentimiento desconocido.
Kael estaba de pie en medio de la habitación, su expresión tranquila era todo lo contrario a mi nerviosismo evidente.
—Buenos días —habló, yendo hacia las cortinas para echarlas a un lado—. Te noto bastante nerviosa, Celeste, ¿estás segura de que quieres ser madre?
Me clavó unos ojos vacíos que me hicieron sentir consumida.
—¡P-por supuesto que quiero! —defendí—. Como ya te he dicho, lo que sucede es que me asusta, pero sé que te tengo a mi lado, Kael. Eres mi único apoyo,