Luther.
Habían pasado dos días desde que supimos que Celeste estaba viva. Yo no tuve tiempo de nada por andar pensando en ella.
Ese vestido la hacía ver como una reina y eso era lo que más me molestaba. No entendía por qué mi corazón se oprimía al pensar que Celeste se había convertido en la luna de otro hombre.
—¿Por qué piensas en ella otra vez, Luther? —se burló Malzahar—. Te recuerdo que tú la traicionaste. La perdiste por tus propias acciones.
Le di varias palmadas a mi cabeza, no podía sacar a ese demonio de mis pensamientos. Era un entrometido.
—Cállate, Malzahar. No necesito que revises mi memoria ni opines sobre mi vida.
—Tu corazón está lleno de agonía… —murmuró—. ¿Te molesta haberla visto con otro? Tal vez Kael sí se la cogió, no como tú.
—¡Basta! —Tumbé varios libros que estaban sobre el escritorio—. Oír eso de ti me provoca náuseas. Deja tus estupideces.
—Cambiando de tema, no imaginé que Kael fuera el lobo más fuerte del que te hablaba —comentó, más calmado—. Sab