Kael.
Corrí en dirección al rey vampiro, quien se alejaba de su trono bañado en oro en medio del pueblo. El hombre volteó y al verme, soltó un jadeo sorpresivo.
—¡Detente! —grité, estirando mi mano para alcanzarlo.
Me convertí en un lycan, esa forma lobuna completa que mezclaba mis partes humanas con las de una bestia sangrienta. Era nuestra forma más poderosa, y no todos lo lograban.
Gruñí ferozmente y salté sobre el vampiro, le volví pedazos la capa roja y larga que colgaba detrás de su cuello.
—¡Atrás, lobo! —exclamó—. ¡¿De verdad pretendes pelear conmigo?!
Una risa malévola me hizo estremecer. Yo estaba sobre él, desapareció en cuestión de segundos y percibí su olor detrás de mí. Di un salto ágil para alejarme y estar a la defensiva.
El vampiro mostró sus filosos colmillos, su piel pálida parecía pintura blanca. Me miró con diversión.
—Quieres matarme, ¿no? Aquí estoy. Es tu oportunidad de hacerlo —mascullé, haciéndome el importante—. Si es que puedes, claro.
Me mofé.
—Y