Narrador.
Cinco meses después.
El sol entraba por las grandes ventanas de la casa que alguna vez perteneció a los Eldrin, como una caricia cálida que anunciaba otro día tranquilo… o al menos eso parecía.
Dentro de la sala principal, los juguetes estaban organizados con precisión, los cojines acomodados con obsesión maternal, y en medio de todo, un niño caminaba con seguridad por el tapete de madera.
Tenía los ojos claros, grandes, llenos de vida, y el cabello alborotado como si la noche hubiese conspirado contra cualquier peinado posible. Caminaba. No gateaba, ni se arrastraba. Caminaba. Con pasitos rápidos, decididos, como si llevara años en esas piernas aún redondeadas por la infancia.
—¡Luke! ¡Cuidado con esa mesa! —exclamó una voz suave y firme.
Era Maritza.
Su cuidadora. Su mamá elegida. La mujer que, desde la muerte de Elise, se había convertido en el universo de ese niño. Sus manos conocían cada gesto, cada arruga, cada suspiro del pequeño. Y aunque no era su sangre, la conex