Celeste.
Cinco meses después de aquel aullido compartido bajo la luna, nuestros mellizos caminaban como si el bosque les hubiera enseñado personalmente. Sienna con sus manitos en las caderas, arrastrando los pies como si estuviera inspeccionando territorio. Kenzo detrás, girando cada piedra que encontraba por si escondía secretos, tesoros… o insectos que pudiera interrogar.
—¿Por qué el cielo está mojado, mamá? —preguntó Kenzo esa mañana, señalando una nube baja.
Mis dos bebés tenían menos de un año, y ya se comportaban como niños grandes. Kael dijo que era normal, debido a que heredaron nuestro poder actual, y eso los haría mucho más fuertes e inteligentes que nosotros.
—Porque las nubes tienen sentimientos —respondí, sin siquiera pensarlo.
—Como tú cuando no duermes —añadió Sienna.
Kael soltó una carcajada desde la puerta de la cabaña, ajustándose la camisa mientras sostenía un ramo de flores silvestres.
—Hoy visitaremos a la nueva cachorra de la manada —dijo, con calma—. Marcela