Kael.
Mi pierna no dejaba de moverse.
Golpeaba el suelo con un ritmo rápido, casi frenético, incapaz de quedarse quieta. Estaba sentado en un tronco a unos metros del campo donde mi luna se enfrentaba a dos de los monstruos más ruines que alguna vez la devoraron desde adentro: Luther y Elise.
Y no podía hacer nada.
Había hecho una promesa. Le juré que no intervendría. Que le daría ese derecho porque esta batalla era suya.
Pero ver… verla sangrar, ver su rostro torcerse en dolor, y presenciar cómo ese maldito lobo la golpeaba con una ferocidad infame mientras ella se ponía de pie una y otra vez…
Era una tortura.
—Maldición.
Necesitaba levantarme y matarlos a ambos.
Mi puño temblaba, aferrado al borde del tronco con fuerza. La corteza crujía bajo mi presión. Pero resistí.
Hasta que la vi gritar.
Un sonido rasgado, agudo. Celeste había sido engañada otra vez por las mismas personas.
Vi el frasco que Elise le roció en los ojos a mi luna, como la cobarde que siempre fue.
Por el agrio