Celeste.
El rugido de Luther fue lo único que escuché antes de lanzarme contra él.
Mis patas martillaban la tierra con un ritmo implacable. Sentía el crujido de mis huesos bien sostenidos, mis músculos tensos, y mi respiración controlada. El mundo desapareció.
Sólo existíamos él y yo en ese momento. Una lucha que decidiría nuestro futuro, y ya yo sabía que iba a salir ganando.
—¡Te tengo! —dije—. ¡Acabaré contigo como lo hiciste con mi madre, imbécil!
Mi primer salto fue preciso. A la medida. Caí sobre él con todo el peso de mi cuerpo, con las garras por delante, preparadas para cortar su piel, y mis colmillos listos para desgarrar venas.
Pero el maldito me esquivó con mucha suerte.
Su movimiento fue apenas un pestañeo, y lo siguiente que vi fue su sonrisa torcida a unos pasos de mí, con los colmillos asomados en una mueca burlona.
—Cuánto has crecido, Celeste... —expresó, con voz gruesa, vibrando en su forma de lycan—. Pero aún no lo suficiente… para ganarme. ¡Sigues siendo una i