Kael.
La luz del día se filtraba por las ventanas altas de mi oficina, tiñendo los muros de madera con un tono brillante que no lograba calmar mi mente. Me encontraba sentado detrás del escritorio, los codos apoyados y los dedos entrelazados frente al rostro.
A mi lado, Nolan hojeaba unos documentos mientras hablaba con ese tono sereno que contrastaba con lo que estaba proponiendo.
—Podríamos enviarles una carta —dijo—. Convocarlos por asuntos de negocios. Algo formal, algo que no les suene como una amenaza directa.
Asentí en silencio, aunque sabía que Luther y Elise no eran idiotas. No irían a una reunión sin sospechas. Eran más escurridizos de lo que la mayoría imaginaba.
Nolan lo sabía también.
—O… —continuó, mirando hacia mí con cierta chispa en la mirada—. También podemos mentirles. Decir que sabemos su mayor secreto. El que los atormenta. Que descubrimos que ellos mataron a los Eldrin.
Nolan sonrió de lado.
Al oír eso, levanté la mirada para ponerle más atención a su propuesta