Celeste.
La luna ya se asomaba entre los árboles cuando terminé de empacar una muda de ropa, un par de almohadas extras por petición de Marcela, y algunos productos para el cabello que ella seguramente me obligaría a usar. Me encontraba en la puerta de mi habitación cuando Kael se acercó, apoyándose en el marco con los brazos cruzados, mirándome como si no quisiera dejarme ir.
—¿Segura que te quedarás allá? —preguntó con voz baja.
Me giré hacia él, sonriendo.
—Solo es una pijamada. Marcela prácticamente me arrastró. No puedo decirle que no, está muy ilusionada con esto —respondí, comprimiendo la sonrisa—. ¿Sí puedo ir?
Kael asintió, pero no respondió al instante. Se acercó a mí. Su mirada bajó un poco, y después sus dedos se deslizaron por mi brazo, deteniéndose en mi muñeca.
—Es raro… —murmuró—. Puedes ir… No te voy a prohibir que salgas con tus amigas. Lo que pasa es que dormiré solo. Y con luna llena.
Mi corazón se apretó. Me cegaron viejos recuerdos amargos de cuando empezábamo