Ha pasado un día desde el regreso de William. Su presencia es como una brisa que recorre la casa: invisible pero innegablemente perceptible, un susurro constante que despierta cada rincón.
No hemos cruzado palabra desde que volvió. Shyla tampoco le ha dirigido la mirada ni un saludo; él, en cambio, se ha refugiado en su oficina, sumido en su propio universo, esquivando cualquier conexión.
Mis músculos y mi mente pedían tregua mientras buscaba las palabras adecuadas para la Reina. No podía negarlo: los nervios me devoraban, pero no había fuerza en el mundo capaz de impedir que la enfrentara. Cuando salí del baño, me observé en el espejo con determinación. William jamás volvería a verme derrotada. Yo era fuerte, hermosa, y debía recordármelo cada día. Antes de convencer a otros, debía creerlo yo misma. Soy hija de una mujer poderosa y capaz. Eso corre por mis venas.
Me vestí rápidamente, como si mi propia urgencia pudiera liberarme del peso que cargaba. Necesitaba salir, respirar aire f