Mundo ficciónIniciar sesiónEl murmullo en la sala se apagó de golpe cuando Byron cruzó la puerta. Si notó las miradas fijas y el silencio tenso que provocó su entrada, no lo demostró. Solo tenía ojos para el féretro cerrado al fondo, avanzando en esa dirección como si no fuera capaz de ver nada más, a nadie más…
— ¿Por qué está cerrado? — preguntó observando el ataúd, pero nadie respondía. — He dicho — repitió alzando un poco más la voz — ¿por qué está cerrado? — Hijo, por favor — susurró Renata acercándose a él y tomándolo del brazo — No hagas un espectáculo. — ¿Qué quieres que haga? ¿Que me quede mirando una caja y me crea sin más que ahí dentro está ella? — Byron se soltó bruscamente — Ni siquiera me dejan verla... ni despedirme. — El cuerpo… no estaba en condiciones. Fue arrastrada más de veinticuatro horas por el río, Byron. No querrías recordarla así. — ¡Entonces ni siquiera sabes si es ella! — los ojos de Byron se abrieron de par en par mientras daba un paso atrás — ¡Ni siquiera pueden asegurarme que es Emily! — ¡Basta ya! — Renata alzó la voz — ¡Acepta la realidad! Está muerta. Nadie se atrevió a moverse, todos los presentes contuvieron el aliento y el sonido de la respiración agitada de Byron era lo único que rompía el silencio. — Murió porque yo no la protegí. Porque creí que mi madre pondría mi felicidad por delante de sus prejuicios. Nosotros la matamos…— Se giró hacia el ataúd y golpeó la madera con la palma abierta — ¡No puede ser ella! — gritó — ¡No voy a creerlo si no la veo! ¡Ya es suficiente! —Julian estaba de pie junto al altar con la mirada se clavada en Byron.— ¿Quieres gritar? Hazlo en otro lugar — exigió — Este no es el momento. — ¿Cómo puedes hablarme así? — Byron se giró hacia él — ¡Era mi prometida! — Y mi hermana — respondió Julian, acercándose sin apartar la mirada — Y tú estás convirtiendo su despedida en un espectáculo ridículo. — No entiendes nada — murmuró Byron con los ojos rojos por contener las lágrimas — Yo la amaba. — Y por eso mismo deberías respetarla — replicó Julian sin alzar el tono de voz, aún así, su control resultaba más aterrador que cualquier grito — Deja de hacer escándalo. Solo despídete. — Emily… — Byron apretó los puños, pero algo en Julian lo quebró. Su respiración se volvió pesada. Dio un paso hacia el ataúd y tocó la madera con la punta de los dedos. — Perdóname. El murmullo suave volvió, mientras algunos asistentes bajaban la cabeza. El sacerdote hizo una breve oración. Luego, los portadores se llevaron el féretro al exterior. Cuando el ataúd fue bajado a la tumba, el sonido de la primera palada de tierra golpeando la madera hizo que Byron cerrara los ojos, apretando los párpados entre sí, intentando contener sus lágrimas, aunque esta vez no lo logró y varias gotas resbalaron por sus mejillas. La mirada de Byron estaba fija en el agujero oscuro, como si esperara verla salir de ahí viva. Renata colocó una rosa blanca sobre la tierra húmeda. Los demás la imitaron, uno a uno. Hasta que solo quedaron él y Julian. — No puede estar muerta… — Byron se quedó solo bajo la lluvia, empapado, sin moverse — No puede. Julian lo miró en silencio. Sabía que lo que yacía bajo aquella tierra no era su hermana, pero también sabía que esa verdad debía morir con ella… al menos por ahora. Días después… El hospital estaba sumido en el silencio nocturno. El sonido de los pasos de Julian se mezclaba con el zumbido eléctrico de las luces y el monótono pitido de los monitores. Pasó el control principal mostrando una credencial que no le pertenecía. El guardia ni siquiera levantó la vista, concentrado en su teléfono. Julian giró a la derecha, hasta un pasillo señalado con un cartel rojo ACCESO RESTRINGIDO — Señor, no puede estar aquí sin autorización — Dijo una enfermera que encontró al otro lado de la puerta. — Ya la tengo — Julian extendió la mano hacia ella y le mostró un documento sellado con el logo de la familia Carter. La mujer dudó un instante, escaneando el papel y su rostro. Finalmente, asintió y se apartó en silencio. Julian siguió caminando hasta que vio al doctor Collins, el jefe de la unidad, esperándolo junto a una ventana. — ¿Cómo está? — preguntó Julian. — Estable. No hay signos de daño cerebral grave, pero… aún no despierta. Ha pasado una semana, señor Carter. No podemos saber con certeza cuándo lo hará. Julian asintió lentamente, mordiéndose el interior de la mejilla para no quebrarse. — ¿Y el bebé? — ¿Sabe usted…? — Sí. Lo sé todo — interrumpió Julian — ¿Está bien? — Milagrosamente, el feto no sufrió daño alguno. Las constantes son normales. Pero necesita reposo absoluto. Si despierta, habrá que trasladarla de inmediato. — Eso ya lo tengo preparado — respondió Julian, clavando los ojos en la puerta del fondo. — Nadie puede saber que sigue viva. Collins dudó un segundo. Luego asintió en silencio. Julian empujó la puerta despacio, permitiendo que el aire silencioso de la UCI lo envolviera. La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por el verde fantasmal del monitor que marcaba los latidos. Y allí estaba ella. Emily. Estaba tan quieta que parecía otra persona. El cabello se le desparramaba por la almohada, húmedo, pegado a la piel. Un tubo salía de su nariz y el suero descendía gota a gota hacia su brazo. Julian se acercó al borde de la cama, su respiración contenida, sin atreverse a tocarla al principio. Después, con cuidado temeroso, le tomó la mano. Era cálida. Viva. Se llevó los dedos a los labios, besándolos como si ese gesto fuera un interruptor para despertarla. — No sabes lo cerca que estuviste de desaparecer, Em — susurró — Todos creen que estás muerta. Incluso él. — Se inclinó un poco más mirándola con ternura — Lo vi romperse frente a ese ataúd vacío. Por un segundo quise odiarlo, de verdad lo intenté. Pero no pude. No después de ver cómo lloró tú muerte.Y porque ahora tengo que protegerte, aunque eso signifique mentirle al mundo entero. Julian apretó un poco más su mano. — Te prometo que cuando abras los ojos, nada ni nadie volverá a hacerte daño. Su voz se quebró. — Ni a ti… ni al hijo que llevas dentro. En el pasillo, el doctor Collins hablaba en voz baja con una enfermera, con la voz tensa. — ¿Y si alguien pregunta por ella? — preguntó la mujer. — No lo harán. — El médico bajó la voz a un susurro que apenas viajó — Según los registros oficiales… Emily Carter murió. Dentro de la habitación, Julian volvió a acariciar la mano de su hermana. — Descansa, Em — murmuró con una sonrisa triste que no llegaba a sus ojos — Cuando despiertes… ya no serás una Carter.






