Mundo ficciónIniciar sesiónByron parpadeó con dificultad, quería abrir los ojos del todo pero una luz blanca amenazaba con querer quemarle la retina.
Aquella no era su habitación. Todo olía a químico, a farmacia… a desinfectante. Le dolía el cuerpo entero, como si cada hueso estuviera hecho trizas. Intentó moverse y siseó por el pinchazo que notó en el brazo. ¿Dónde diablos estaba? — ¡Hijo! ¡Por fin! Renata Walker estaba sentada junto a la cama. A pesar de lo mucho que cuidaba su imagen, parecía que varios años se le habían echado encima de golpe. Se levantó en cuanto lo vio reaccionar. — Llevas tres días inconsciente, Byron. Los médicos dijeron que tragaste medio río, barro y agua podrida… — Se interrumpió, presionando los labios, conteniéndose para no echarse a llorar. — Pero ya no importa. Estás vivo, y conmigo. Me moriría si algo te sucediera. Eres mi hijo, lo único que me importa. Él quiso hablar, pero su garganta ardía como si hubiera bebido ácido. Apenas logró emitir un gruñido ronco mientras asentía. — Tu coche se quedó atrapado entre los escombros. Eso te salvó. Si hubieras sido arrastrado como el otro… — Renata acarició su cabello con una suavidad casi mecánica. El recuerdo estalló en su mente haciendo que recordara todo de golpe. La lluvia, los truenos, el rugido del río, el taxi. Emily… — ¿Emily? — Byron se incorporó de golpe, pero su madre lo empujó para que volviera a tumbarse. — Shhh… tranquilo, cariño. No puedes moverte así. — ¡Mamá, Emily! ¿Dónde está? ¿Y Julián? ¡El taxi! ¡Dime qué pasó! Renata se quedó rígida. El alivio de verlo despertar se desvaneció al instante. No sentía lástima, quizá miedo por su reacción, o por si algo le sucedía a él. Pero seguía convencida de que separarlo de esa mujer era lo correcto. — Hijo… es mejor que no hablemos de eso ahora. Estás muy débil. Ya habrá tiempo. — ¡Dímelo! — gritó, aferrándose a su muñeca para que no se alejara — ¡Ella estaba allí! ¡La vi! ¡Su vestido! — Te prometo que hablaremos de todo — suspiró Renata, mirándolo a los ojos — Pero primero necesitas que el médico te revise. Se soltó con suavidad y salió de la habitación sin mirar atrás. En ese instante Byron supo que Emily no estaba a salvo. Minutos después, su madre volvió acompañada por el médico. Byron lo miró, sus ojos entreabiertos ardían, fijos en el rostro del profesional como si buscara un salvavidas. — ¿Dónde está Emily? — insistió— ¿Qué ha pasado con ella? — Por el momento, lo importante es su estado, señor Walker — El médico suspiró, dedicándole una mirada rápida a Renata antes de volver a centrarse en él — Ha estado tres días en coma. Su cuerpo necesita recuperarse antes de preocuparse por cualquier otra cosa. Byron no escuchaba. Solo sentía su propio corazón golpeando furiosamente contra el pecho. Se incorporó bruscamente dejando caer las sábanas a su lado sintiendo un fuerte mareo que le impidió moverse más. — ¡¿Cómo diablos puedo haber dormido tres días sin saber cómo está mi prometida?! — gruñó, agarrándose al borde de la cama — ¡Necesito saberlo! ¡Ahora! El médico avanzó, sujetándolo suavemente por los hombros. — No se levante tan rápido — advirtió, intentando guiarlo de vuelta a la almohada — Podría sufrir un desmayo. Byron intentó mantenerse erguido, luchando contra la debilidad, pero el vértigo fue implacable. Se vio obligado a cerrar los ojos y cayó de nuevo sobre la cama con el corazón latiendole en la sien. — Mi jurisdicción termina en su salud, Señor Walker — sentenció el médico — Hable con su familia. Si esta noche transcurre sin problemas, mañana a primera hora le daremos el alta. Tras cerciorarse por última vez del estado de su paciente, el médico se retiró desapareciendo rápidamente por el umbral. — ¡No me importa! — Byron apretó los puños sobre la sábana.— ¡Mamá tienes que decirme la verdad! — Hijo… —Renata no se inmutó. Estaba de pie, con los brazos cruzados a la altura del pecho, una barrera de seda y terquedad — ya te lo dijo el médico. No es momento de hablar de eso. Necesitas descansar. Byron la miró desesperado, pero antes de que pudiera insistir, una voz familiar intervino en la conversación. — Ella no te lo va a decir, pero yo sí. Byron giró el rostro, y allí estaba Julian, entrando en la habitación. Su semblante era sombrío y su mirada estaba directamente clavada en él, sin piedad ni consuelo. — Julian… — susurró Byron. — Sí — respondió Julian acercándose a la cama — Voy a contarte la verdad. Renata se apartó lentamente, caminando hacia la ventana como si no quisiera presenciar lo que venía. El pitido intermitente del monitor era el único sonido que se atrevía a existir, acompañando el ligero temblor en las manos de Byron. — Cuando los equipos de rescate llegaron — comenzó a hablar Julian — solo pudieron encontrarnos a nosotros. A mí, y después, a ti. — ¿Y Emily? — La corriente se la llevó. — Julián lo miró a los ojos con una expresión helada que le hizo tener frío por un momento. El silencio fue absoluto, pesado. Incluso el pitido del monitor pareció detenerse por un segundo después de eso. Byron miró a Julián como si le acabaran de arrancar el aire de los pulmones. — No… — negó con un hilo de voz — Eso no… no puede ser. — la negación se convirtió en un temblor que recorrió todo su cuerpo. — Hijo… — Renata se acercó intentando tocarle el hombro para calmarlo. — Encontraron su cuerpo río abajo. Los forenses la identificaron por el anillo de compromiso y luego Julian reconoció el cuerpo. — No puede estar muerta — Byron cerró los ojos, y el rugido del río volvió, mezclado con su nombre, con su risa, con el perfume que aún parecía flotar en el interior de su memoria. — Yo iba a casarme con ella y eso la mató, nosotros la matamos, madre. Renata se retiró de golpe, la mención de la culpa era demasiado. Julián apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se hicieron blancos desviando la mirada al suelo para no mirarlos. — El funeral será mañana — dijo finalmente —por si quieres asistir. Byron no contestó y se giró hacia la pared, con los ojos vacíos, el cuerpo hundido en la cama como si la gravedad se hubiera duplicado solo para él. Las lágrimas escurrían por sus mejillas en silencio, como si hasta su inmensa tristeza tuviera que pedir permiso para existir. — Vete, mamá — logró decir— Quiero estar solo. Renata vaciló, pero obedeció y salió en silencio, dejando tras de sí un frío estéril. Julián, sin embargo, se quedó quieto. Observaba a Byron en la penumbra convirtiéndose en el único juez de su dolor.






