Alessandro llegó a la dirección que Anabella le había indicado. Apenas vio la fachada del lugar, una sospecha amarga le recorrió el cuerpo. No era lo que esperaba. Frente a él se levantaba un hotel de lujo, iluminado con luces doradas que contrastaban con la penumbra de la noche. Frunció el ceño, desconfiado, pero avanzó.
Apenas cruzó la puerta principal, fue recibido por el gerente del hotel, quien parecía estarlo esperando. Con una sonrisa servil, lo condujo sin demora hacia el ascensor que llevaba a la suite presidencial.
Alessandro caminaba con paso firme, pero la tensión se marcaba en su mandíbula apretada. Su instinto le gritaba que aquello era una trampa, y sin embargo, avanzó hasta llegar a la habitación.
Cuando empujó la puerta y entró, lo envolvió una penumbra cargada de perfume caro y deseo fingido. En el centro de la recámara, Anabella lo esperaba. Vestía un camisón de seda color marfil, casi transparente, que dejaba a la vista la redondez de sus pechos y las interminables