Venedikt
–“D” –gruñe un guardia de mirada dura, vestido con traje, mientras bajo la ventanilla de la furgoneta de catering.
Saco una cartera de nylon barata del bolsillo trasero del mono y la abro. Dentro hay un surtido de tarjetas falsas, fotos familiares y recibos, dando la apariencia de que soy un civil cualquiera. Esta no es mi primera operación encubierta.
Saco la identificación brillante de la cartera. La imprimí hace una semana para asegurarme de que tuviera un aspecto usado para cuando llegara aquí. Es convincente.
Le entrego la tarjeta al guardia, con una sonrisa agradable.
Él la toma, la levanta a sus ojos penetrantes y estudia la foto. Mira hacia mí un momento, luego la foto, y de nuevo hacia mí. –Siga adelante –ordena, devolviéndome la identificación y haciendo un gesto con la mano para que la siguiente furgoneta avance.
Tomo la tarjeta y subo la ventanilla, exhalando y sonriendo.
Demasiado fácil.
Pero esa no era la parte más difícil. Entrar suele ser pan comido. Lo que si