STEFAN
Después de salir del hospital, mi mente seguía fija en la imagen de Morgan. Su rostro pálido pero decidido, sus ojos ardiendo con esa mezcla de furia e incredulidad al enterarse de que no iba a poder escapar de nuestro matrimonio. Aún podía sentir la tensión en mi mandíbula, el peso de su rechazo atragantándose en mi garganta como un trago amargo. Pero tenía otras cosas que atender.
Al deslizarme en el asiento trasero de mi Mercedes negro, Nikolai ya estaba al volante, su expresión seria como siempre. El motor rugió con suavidad, un sonido potente y elegante que siempre había encontrado reconfortante. Casi como si el control que ejercía sobre ese coche pudiera extenderse al caos de mi vida.
—¿Todo en orden? —preguntó Nikolai sin mirarme, sus ojos fijos en la carretera.
—Todo bajo control —mentí.
Sabía que mi hermanastro era perspicaz. Probablemente notó la tensión en mi voz, pero prefirió no insistir. Lo respetaba por eso. Hablábamos cuando era necesario, cuando se trataba de n