Stefan
La tenía. Joder, la tenía justo donde quería. Morgan estaba hecha un desastre por mí, su cuerpo aún temblando por mis caricias, sus labios hinchados por mis besos y su mirada... esa mirada de puro deseo que me había vuelto loco.
La interrupción de Nikolai había sido como un balde de agua fría, un recordatorio brutal de que el mundo no se detiene aunque yo quiera quedarme ahí, consumiendo cada maldito gemido que Morgan tenga para ofrecerme.
Mis manos aún ardían con el recuerdo de su piel suave, de cómo se retorcía bajo mi toque, rogando por más aunque su boca se negara a admitirlo. Y ahora, toda esa frustración se había convertido en pura ira. Un fuego oscuro que recorría mis venas con cada segundo que pasaba.
Me puse la ropa a toda prisa, moviéndome con una eficiencia fría y calculada. La camiseta ajustada sobre mi torso, los pantalones oscuros y el cinturón asegurado con la pistola en la cadera, lista para lo que fuera que viniera. Pero lo que más deseaba en ese maldito insta