La Cena De Bienvenida

—Perdona, Amira. Sabía que estabas despierta; te escuché cantar hace rato. Por cierto, ya se me había olvidado lo hermoso que cantas.

 Ella lo interrumpió, seca:

—Ya basta, Paulo. Dime, ¿qué quieres?

 —Solo vine a traerte algo de comer —extendió las bolsas—. Debes alimentarte.

 —Bien, gracias. Ya puedes irte.

Paulo dio un paso adelante, acercándose a ella, y con voz angustiada dijo:

—Amira, por favor, debes creerme. No sabía que mi padre se había casado, y menos contigo. ¡Juro que no sabía nada! ¿Por qué permitiste eso? ¿Él te obligó a casarte?

 —Ya no importa, Paulo... Por favor, vete antes de que llegue tu padre —respondió con ojos entristecidos.

 —Por favor Amira, déjame ayudarte. Necesito saber qué ha pasado todo este tiempo. Dime, ¿qué te ha hecho mi padre?

 —¿Para qué quieres saberlo? ¿Realmente quieres conocer al monstruo que es tu padre? —Se giró hacia él, dejando caer la cobija.

 Paulo observó las vendas en sus manos y muñecas, y con voz preocupada, preguntó:

—¿Qué te pasó?

 —Nada, no te preocupes. Fue un accidente; el espejo del baño se rompió y me corté sin querer —mintió, bajando la mirada mientras escondía las manos bajo la cobija.

 Paulo trató de no presionarla, pero su preocupación era evidente:

—¿Cuántos meses de embarazo tienes?

 —La verdad no lo sé con exactitud... Quizá cinco o seis meses.

 —¿Cómo que no lo sabes? ¿No te has hecho ningún ultrasonido? —preguntó, angustiado.

 —No. Assim no lo ha permitido. Dice que esos aparatos le harían daño al bebé. Además, desde que me casé con tu padre, solo me ha dejado salir una vez... Mi vida se reduce a estas cuatro paredes. Y la única forma de que me deje ir al jardín es... permitiendo los abusos de sus amigos. Como ayer —confesó, bajando la cabeza con lágrimas rodando por sus mejillas.

 Paulo palideció ante la revelación. Se levantó de un salto, furioso, pero Amira lo sujetó del brazo:

—¿A dónde vas?

 —¡Es un desgraciado! ¿Cómo permite que te hagan esto? ¡Alguien debe detenerlo!

 —¡No, Paulo! Por favor, no hagas nada. Solo empeorará las cosas... Tu padre es capaz de cualquier cosa. Yo encontraré la forma de escapar, aunque sea lo último que haga.

 —Déjame ayudarte.

 —No. La última persona que intentó ayudarme fue mutilada y sus órganos vendidos al mejor postor. No quiero que te pase nada. Prométeme que no te involucrarás.

 Paulo se secó las lágrimas de rabia y, mirándola fijamente, dijo:

—No interferiré en tus planes, pero estaré aquí si me necesitas. Recuerda que puedes confiar en mí —la abrazó con fuerza.

 —Gracias, Paulo. Pero por favor, vete ahora. Tu padre podría llegar en cualquier momento... Y gracias por la comida —agradeció con una sonrisa débil.

 Paulo salió rápidamente de la habitación. Amira escondió la comida en una caja de cartón junto a la cama; el miedo le había quitado el apetito. Horas después, unos golpes en la puerta la sobresaltaron. Al ver entrar a la sirvienta, respiro aliviada:

 —Me asustaste. Creí que eran los hombres de Assim... o él mismo.

 —Disculpe, señora. El señor Assim me envió con esto —le entregó un vestido rojo escotado.

 Amira, desconcertada, preguntó:

—¿Este vestido? ¿Para qué?

 —Dice que debe ponérselo para la cena esta noche. Tiene una hora para prepararse. Con permiso —la sirvienta se retiró.

 Amira observó la prenda con terror antes de arrojarla a la cama. Un escalofrió la recorrió al recordar el vestido negro que Assim le había obligado a usar para exhibir las partes del cuerpo de Emilio… ¿Y ahora? ¿Qué nuevo tormento la esperaba esta vez?

Así que comenzó a pasearse nerviosamente por toda la habitación, mordiéndose las uñas sin cesar. El simple pensamiento de que Assim pudiera lastimar a Paulo por sospechar que quería ayudarla la tenia al borde del colapso.

Cuando el pánico se hizo insoportable, se encogió en posición fetal sobre la cama durante largos minutos, hasta que el agotamiento venció a la angustia y se quedo dormida.

¡Toc! ¡Toc!

El golpe en la puerta la despertó bruscamente una hora después.

—Señorita, debe salir inmediatamente—anunció una voz fría— La cena está servida y el señor Assim la está esperando.

Amira muy asustada se incorporo de un salto, Mientras se colocaba aquel vestido rojo con manos temblorosas, murmuro:— Sí, ya salgo. Dame un momento.

Se vistió apresuradamente, sin atreverse a mirar su reflejo, y salió corriendo. Sabía perfectamente que Assim no toleraba esperas…y ella, sin querer, ella se había quedado dormida.

Al entrar al comedor, se quedo paralizada, el aire se le corto. Allí, en una silla de rueda, estaba Emilio. O lo que quedaba de él: un torso mutilado sin extremidades, con ojos vidriosos que la miraban con infinita desolación. Sus labios perdieron todo color. Una oleada de nauseas la recorrió mientras las piernas le flaquearon al comprender la magnitud de su sufrimiento, deseando huir rápidamente.

Pero entonces vio la escena completa: Paulo y Jim sentados a la mesa, y al frente, Assim, con esa sonrisa cruel que tanto disfrutaba. Con gestos teatral, le acerco una silla.

—Mi amor, que tarde —dijo con falsa dulzura— ven, siéntate. Todos te estábamos esperando. La cena se está enfriando.

Amira sentía como cada músculo de su cuerpo se tensaba. ¿Qué demonios hace Emilio aquí? ¿Por qué me mintió diciendo que lo había matado? ¿Qué macabro juego es este? ¿Qué pretende realmente hacer? Las preguntas se golpeaban en su mente mientras el dolor de ver a Emilio asi le destrozaba el alma, sintiéndose culpable por todo lo que él había sufrido.

Con enorme esfuerzo, contuvo las lagrimas y avanzo. Noto como todas las miradas—especialmente las masculinas—se posaban en su escotado vestido rojo, aunque ella apenas era consciente de su propia apariencia.

Finalmente se sentó junto a Assim, quien mantenía esa sonrisa burlona, este le tomo la cara con fingido cariño y dijo:

—Qué hermosa y sexy estás hoy, esposa mía —declaro antes de besarla con fuerza, ignorando como ella intentaba apartarse con repulsión:

Luego, dirigiéndose a los presentes con voz triunfal: —Señores, esta es una cena muy especial. Mi querido hijo Paulo nos honra con su presencia después de tantos años estudiando en Italia— le dio una palmada en su hombro—Espero que disfruten la velada.

Su risa burlona resonó por toda la casa, llenando el ambiente de una tensión insoportable.

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