Los hombres cubrieron los rostros de las mujeres con un pasamontaña negro, arrastrándolas violentamente hacia la camioneta y huyendo del lugar de inmediato. Amira, muy confundida y aterrada, no entendía quienes eran aquellos hombres ni por qué las estaban secuestrando. Con desesperación, forcejeaba y gritaba con todas sus fuerzas:
—¡Por favor, no me hagan daño! ¡Estoy embarazada! ¡Se lo suplico, déjenme ir! —Sus gritos y llantos se mezclaban con los de las demás mujeres dentro de la camioneta.
A los pocos minutos, Paulo recobró el conocimiento y descubrió su precaria situación: estaba atado a una viga en el techo de la mansión, amordazado con cinta adhesiva en la boca. Debajo de él había un letal campo de alambres de púa y trampas para osos. Sabía que si se movía un poco más, su propio peso lo haría caer sobre esos objetos letales. Sus nervios se intensificaban mientras las gotas de sudor frío recorrían su rostro. Intentó pedir ayuda, pero la cinta en su boca se lo impedía…
De pronto,