Una Inesperada Verdad

Entró nuevamente al cuarto y murmuró entre dientes con amargura:

—Si Paulo ordenó el asesinato de su padre, significa que jamás descubriré el paradero de mi hijo —susurró mientras lágrimas ardientes surcaban su rostro, ahogada en la desesperación de no saber qué hacer.

Poco después, cuando Albeiro —el temible jefe de la banda— y sus hombres abandonaron el lugar, Paulo salió de la oficina de su padre en busca de la señora Ligia. De pronto, en el pasillo, se encontró abruptamente con Jim, cuyo rostro reflejaba angustia:

—Señor, ¿dónde está el cuerpo de Emilio? Necesito saber el lugar del entierro —suplicó con voz quebrada.

Paulo contuvo un suspiro, dominando su ira antes de responder con falsa compasión:

—Lamento no habértelo comunicado, Jim. Todo ocurrió demasiado rapido. Mis hombres aceleraron los trámites. Emilio ya descansa bajo tierra —mintió descaradamente, revistiendo sus palabras de falsa compasión.

Jim palideció como un espectro:

—¿Cómo que lo enterraron? ¡Usted me juró que
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