Jim, completamente destrozado por la muerte de Emilio, decidió confiar en las palabras de Paulo y se dirigió a la habitación de la señora Ligia. Mientras tanto, Paulo reunió a tres de los hombres y les dijo:
—Síganme al sótano, hay un trabajo pendiente que deben hacer —su mirada frívola dejaba claro que no era una sugerencia.
Al llegar al sótano, Paulo observó a las pocas mujeres que aún se mantenían con vida. Una de ellas, demacrada y con voz quebrada lo miró, logrando articular entre jadeos:
—Por favor… ayúdenos…Nos estamos muriendo. Se lo ruego, llévennos a un hospital…Ya no aguantamos más… —las lágrimas caían por su rostro, mezclándose con la suciedad y el dolor que ya ni siquiera podía disimular.
Paulo se acercó lentamente a ellas, se inclinó y, con un falso gesto de compasión, acaricio su mejilla mientras murmuraba:
—Tranquila, las sacaré de aquí. Ya no sufrirán más… Lo prometo —una sonrisa calculadora se dibujo en sus labios.
Ella sonrió con un destello de esperanza de que podr