capítulo 2

—¿Qué es esto?

Mi madre subió al carro con un pañuelo sobre su rostro. Mi padre se alejó cerrando la puerta de la casa para caminar hacia mí, tomando mis hombros.

—Recuerda, Mery, los adultos tienen secretos que nadie puede saber —exclamó mi padre—. Mejor ve y sube al carro para irnos, mi princesa.

Lo dijo quitándome el papel que tenía en las manos y tirándolo al suelo.

Pasé mis manos sobre mis brazos.

—Está bien, papá.

Sin más, caminé hacia el carro para subirme en él. Miré hacia la ventana y vi cómo mi madre besaba la mano de mi papá, susurrando algo fuerte:

—Gracias, mi amor, por buscar una solución.

Al ver la acción de mis padres, me llevé la mano a la cabeza.

—Tengo unos padres bipolares. Qué locura.

Después de 7 horas de camino, nos detuvimos en una gasolinera. Mi padre bajó del auto para echarle combustible. Mi madre andaba durmiendo, así que aproveché ese instante para ir al baño, tenía que ir con urgencia. Entré al baño de la gasolinera, que estaba más solo que la nevera a fin de mes. Al regresar, me detuve en la tienda para comprar una Coca-Cola. Tenía tantas ganas de una. Dios, ese líquido negro es una bendición.

Al entrar a la tienda, me encontré con un señor que no dejaba de comer papas.

—Hola, bienvenida, niña. Acá solo se recibe efectivo —dijo el señor de la tienda, sin dejar de masticar las papas. Lo cual se me hacía muy asqueroso. ¿Por qué no cierra la boca mientras come?

Asentí para mirar los refrigeradores y encontrar lo más esperado. Una Coca-Cola bien fría. Tomé el refresco y, aprovechando, compré unas tostadas y un chocolate. Me acerqué poniendo las cosas en el lugar de facturación y vi cómo el señor continuaba comiendo con la música a todo volumen. Mientras facturaba, solo pensaba en una cosa:

—¿Cómo puede comer de esa forma? Santo cielo, ni yo me atrevo a tanto.

—¡SON 12 DÓLARES, NIÑA! —dijo en voz alta, moviendo la cabeza al ritmo de la música.

Al escuchar el grito, salí de mis pensamientos y alzando la voz, le respondí:

—¡YA TE PAGO!

Saqué de mi bolsillo 20 dólares y se los entregué al señor. En ese momento, él se rascó el trasero y extendió su mano hacia mí. Me quedé mirándolo con una cara de horror mientras le entregaba los 20 dólares. No pude evitar verlo fijamente.

—Quédate con el cambio —dije, tomando los productos y saliendo del lugar.

Vi tres camionetas negras y podría jurar que estaban siguiendo a alguien. No le di importancia. Nos pusimos en marcha, pero en el camino me detuve a pensar en mi nueva vida. En ese momento, mi padre frenó en seco. Mi madre gritó:

—¡¡CUIDADO!!

Eso fue lo único que escuché antes de que todo se pusiera oscuro.

Siento un fuerte dolor en mi cabeza. Abrí los ojos, mirando la oscuridad de la noche. Subí mis manos y las vi llenas de sangre. Muchos hombres asiáticos estaban frente a mí. Me levanté rápidamente del suelo, pero sentí un dolor fuerte en mi pierna. Sin embargo, eso era lo que menos importaba. Yo quería saber dónde estaban mis padres. Pasé mi mano por mi cabeza, el dolor era intenso. Solté un grito mientras alzaba la voz:

—¿Dónde están mis padres? ¡Si me pueden entender!

Uno de esos hombres se acercó y me miró. En sus ojos pude notar el odio y la gran desconfianza. Este se acercó, dejando el revólver en el suelo. Se agachó, mirándome.

—No te muevas o será peor —dijo mientras se cruzaba de brazos—. ¿Crees que no sabemos un idioma tan básico como el tuyo, niña tonta?

Suspiré hondo, tratando de alejarme.

—¿Quiénes son ustedes? —alzando mi mirada para encontrarme con la suya—. ¿Crees que me asusta tu arma? No es tan patético.

Traté de moverme, pero el dolor era tan grande que no pude levantarme. Golpeé el suelo, y grité:

—¿Ustedes son los psicópatas de las camionetas negras, verdad?

Vi cómo aquel hombre se levantaba y decía en voz alta:

—Te dije que no te movieras. El señor Zhao ya viene.

Fruncí el ceño, mirándolo.

—¿Disculpa? —suspiré hondo para levantarme de un solo impulso. El dolor era fuerte, pero eso era lo que menos importaba—. Quítate de mi camino, patético.

En ese momento, me agarró de la muñeca de manera brusca. Le tiré una patada en sus partes íntimas para luego gritar:

—¡NO TE ATREVAS A TOCARME! ¡AHORA MISMO ME DIRÁS DÓNDE ESTÁN MIS PAPÁS!

En ese instante, escuché una risa fuerte entre ellos. Sonó muy escandalosa. Me quedé parada, mirando cómo ellos se corrían, dejando un espacio para que luego saliera un señor asiático, que era el que mandaba en ellos: el señor Zhao.

Él tenía en sus manos los anillos de matrimonio de mis padres. Sin pensarlo, corrí hacia él gritando:

—¡MALDITO! ¿QUÉ LES HICISTE?

Llegué a una distancia, cayendo al suelo por el dolor que sentía en mi pierna. Al caer al suelo, grité desesperada:

—¡POR FAVOR, REGRESA A MIS PADRES!

El señor se acercó con una sonrisa.

—Es mejor que te hagas la idea de que nunca los volverás a ver.

Miró los anillos y los tiró al suelo.

—Por cierto, feliz cumpleaños, niña.

Alcé la mirada, mirándolo con el ceño fruncido.

—Mire, señor, esos tipos chocaron con nosotros, y mis padres no están. Estoy segura de que ustedes les hicieron algo.

En ese momento, me levanté del suelo sin dejar de llorar.

—Ellos no les hicieron nada, por favor, devuélvame a mis padres.

El señor suspiró.

—Creo que no tomarás muy bien la noticia, pequeña. Pero tus padres sabían que esto pasaría.

Pasó sus manos por su espalda.

—Esos traidores están bien, pero recibieron su castigo como se debe. De mí, nadie juega. Menos con la gente de su clase.

Al escuchar eso, empuñé mis manos, alzando la voz.

—Mira, señor, no sé de qué habla, pero mis padres no tienen nada que ver con lo que tú dices. Te equivocaste de personas. Mis padres no son traidores.

Lo señalé.

—¿Crees que somos menos? ¿Quién te crees que eres para hablar así de gente inocente?

El señor, al escucharme, rió y me miró.

—Mira, te contaré algo leve.

Lo dijo mientras caminaba en círculos.

—Hace 14 años, tu padre trabajaba en mi empresa. Un día me pidió ayuda porque su esposa tenía a su mamá y hermana enfermas de cáncer. Los tratamientos y medicinas eran muy costosos. Ellos no tenían suficiente dinero y tu mamá estaba embarazada. Así que hicimos un trato. Yo les di una buena vida y pagué los gastos médicos, a cambio de ti.

Sacó un portafolio y sacó un papel, claramente firmado, que decía que ellos me habían vendido.

—Mira, Mery, ellos firmaron este contrato, en su pleno juicio. Espero que me llames por mi nombre. Soy Zhao Huang, el sueño de tu existencia, niña.

Lo miré mientras mis lágrimas caían.

—No puede ser cierto. Eso son puras mentiras. Usted es un viejo asqueroso. —Tapé mis oídos, negando—. ¡MIENTES! ¡MIS PADRES ME AMAN! ¡JAMÁS HARÍAN ESO!

—Te compré a ti para mi nieto. No seas idiota. Soy un caballero, jamás haría algo sin documento. Mery, te daré las instrucciones que dejé a tus padres. Allí están. Tengo informes cada fin de mes sobre ti, niña.

Sacó el documento y me lo tiró al rostro.

—El imbécil de tu padre falló una de mis reglas: no debía tomar decisiones sobre ti. Tienes prohibido que alguien te vea en público o que tú veas a más personas, ¿entendiste?

Suelta una risa.

—Compré 20 mujeres porque quiero que mi nieto se case con una buena chica, inocente y pura. Además, tus padres han cumplido casi todas mis instrucciones. Mery, cuando tengas 18, serás llevada ante mi nieto. Él decidirá si te quiere como esposa. Si no te acepta, serás una de las damas de compañía de mis negocios.

Tomó mi rostro y me miró.

—La mejor opción es que él elija.

Caí en llanto, negando varias veces mientras sostenía aquel papel en mis manos. Todo tiene lógica, la sobreprotección de mis padres hacia mí. En ese momento, tres hombres de negro me tomaron a la fuerza y me subieron a una de las camionetas.

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