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capítulo 1 El Peor Error

Hola, mi nombre es Mery Thompson, tengo 18 años. Así empieza esta historia.

Mi historia comenzó hace 5 años, cuando tenía apenas 13 años. Era la niña consentida de mis padres, que me cuidaban tanto que no me dejaban salir ni tener amigos. Ok, suena extraño, pero mis papás son muy sobreprotectores. ¡Qué locura! Varias veces me sentía ahogada. Intenté hablar con ellos sobre cómo me sentía, pero siempre era la misma respuesta. Un verano, salí por la ventana de mi cuarto, fue todo un escándalo. Aunque varias veces me escapaba, solo podía llegar a unas cuadras. Mi madre es una excelente vigilante, aun así, me escapaba en ciertas ocasiones. Estaba tan agobiada que solo quería libertad y no sobrepensar las cosas, dejar las preocupaciones de los adultos a un lado y disfrutar mi etapa. Ok, estamos en una sociedad donde no tienen idea de qué son las etapas de la vida. ¡Qué locura!

Lo peor es que nunca he tenido amigos. Si no me dejaban salir, y cuando lo hacían, actuaban tan raro. Pensándolo bien, ¿quién se me acercaría? Qué loco suena eso. Ellos nunca me dejaron salir de mi casa, con el pretexto de que alguien me "robaría" porque yo era especial. No comprendo por qué los padres tienen que inventar miles de excusas para retener a su hija de esa manera. ¡Qué perverso! Recuerdo que todos los días me levantaba mirando hacia la ventana, pensando en cómo sería mi vida si mis padres no me limitaran tanto. Mi cabello es largo y rubio, mis ojos de color azul como el cielo. Mi piel es blanca, sin un rasguño. Las personas que iban a visitar a mis padres decían que era una muñeca, que era realmente hermosa. Por lo cual me hacían sentir más como un objeto que como una hija. ¿Quién en su sano juicio detalla tanto el físico? ¡Por Dios!

Lamentablemente, mi mente cambió mucho cuando conocí la crueldad de la sociedad.

8:00 a.m., comienzos de enero

Escuché unos fuertes gritos de mi vecina, de la casa del frente, que me despertaron de mi dulce y falso sueño. Abrí los ojos y vi mi habitación más iluminada que un escenario. Otro día sin nada especial. Tapé mi rostro con la cobija, ya que los rayos del sol eran tan intensos que traspasaron la cortina. Me revolqué en la cama como un marrano en su corral. Necesitaba encontrar mi acomodo y volver a soñar. Estaba tan feliz en ese sueño... Volví a escuchar los gritos de la casa del frente. Era mi vecina, que no hacía más que celar a su marido con mi madre.

Tiré la cobija de la cama, levantándome con mil demonios dentro de mí. Alzando la ventana, solté un fuerte grito:

¡BUSCA AYUDA, PROFESIONAL ENFERMA!

Volteé la mirada hacia mi cuarto y lo vi hecho un desastre. Solté un gran suspiro.

"No me jodas", exclamé molesta, mirando el calendario. Recordé que hoy cumplía mis 13 años. ¡Es lo máximo! Al fin me dejarán ir a una escuela, por primera vez. ¡Adiós tutores y clases online! Dije entre risas mientras me acercaba a mi armario. Saqué dos vestidos: uno rosa y otro azul. Bufé algo fuerte.

"Ok, escogeré entre esos dos al azar." Tapé mis ojos para elegir el vestido rosado, luego me metí a la ducha. Pasé mis manos sobre mi rostro, sintiendo el agua caer mientras cantaba a todo pulmón una canción de Selena Gómez. Después de unos 30 minutos en el baño, salí para vestirme y arreglarme. En pocos minutos, estaba afuera de mi habitación. Al bajar las escaleras, escuché unos fuertes gritos. Mi mente fue directamente a la vecina loca armando un escándalo. Al llegar a la sala, vi a mis padres con una cara de tragedia.

—¿Qué pasa con ustedes? Otra vez la vecina —dije, tomando asiento y mirando de reojo el postre que estaba en la mesa—. Ese postre es de chocolate...

Al terminar la frase, mi padre me quedó mirando, negando varias veces, diciendo en voz alta:

—Mery, solo piensas en comida, hija. Al paso que vas, serás una bolita. Deberías poner de tu parte.

Tomó el plato con el postre.

—Ten en cuenta que todo lo que hacemos es por tu bien.

Volteé mi rostro hacia mi padre, poniendo mi mano sobre mi pecho.

—No quiero sonar grosera, pero... ¿acaso te pregunté sobre mi físico y mis cambios?

Me recosté sobre el sillón, cerrando mis ojos.

—¿Por mi bien? Estoy harta de escuchar siempre lo mismo.

—¡NO ME HABLES ASÍ, JOVENCITA!

Negué al escucharlos mientras exclamaba en voz alta:

—¡VERDAD, SIEMPRE LOS ADULTOS TIENEN RAZÓN!

Cerré mis ojos, suspirando.

—Buen comienzo de cumpleaños, gracias, padre. Solo quiero saber por qué discutían tanto con mi madre. Me dañaron el sueño. ¿Quién dormiría con esos gritos de la vieja de enfrente y de ustedes? Me tiene harta. La vieja loca siempre discute, ¿y tienen que gritar tan cerca de la ventana?

—Nena, no estábamos discutiendo —dijo mi madre, con un tono suave y carismático—. Solo estábamos hablando sobre mudarnos, para que puedas empezar a estudiar presencialmente. Ya no tendrás problemas con esa vecina ruidosa. Lo dijo riendo—. Sabes que a tu padre no le gustan los cambios. Él te ama mucho, mi princesa. Tanto que esta vez hará una excepción.

Me levanté murmurando:

—Al fin nos vamos de este encierro tan asqueroso.

Los miré fijamente.

—Ok, es el mejor regalo que me han dado.

Mi papá tomó mi rostro con suavidad, mientras pasaba sus dedos sobre mi perfil.

—No quise gritarte. Lo siento, solo que estoy muy ansioso y estresado. Mejor ve, haz la maleta. Nos iremos lo más rápido posible de este lugar. Es una sorpresa a dónde iremos.

Alcé mis hombros y asentí.

—También me disculpo por responderte de esa forma, pero... tanto drama hacen con el sueldo de papá, ¿tendremos para vivir mejor? Incluso no necesito maletas, esa ropa ni me queda. Aparte, no iré al colegio con vestido de niña de terror.

Tomé la mano de mi padre.

—Está bien, no preguntaré nada porque entiendo que los adultos tengan sus razones, pero no está bien que me trates así. Adicional, no quiero involucrarme en sus decisiones. Los dejo. Iré a mi habitación. Solo llevaré algunos objetos que aprecio.

Corrí hacia mi recámara para hacer mi maleta, que solo contenía lo más importante. Después de unos 20 minutos, bajé mi maleta hacia el porche. Vi cómo mi madre abrazaba a mi padre, llorando, y dejando caer unos papeles al suelo. Uno de esos papeles llegó hasta la entrada. Lo recogí y, sin pensarlo, comencé a leerlo. En ese papel decía sobre unas reglas y una de ellas era que no podían mudarse de lugar. En ese momento me acerqué a mis padres con la nota.

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